Soy psicoanalista. Esto es lo que nos está haciendo la tecnología..

Opinión

Ensayo invitado

La fotografía a color muestra una mano alcanzando un teléfono brillante que está bajo una sábana blanca. 

Margaret Murphy para The New York Times

 

Por Steven Barrie-Anthony

 

Barrie-Anthony es psicoanalista.

 

Para la inmensa mayoría de mis pacientes de psicoterapia, la atracción gravitacional de los teléfonos y las redes sociales altera los aspectos más importantes de quienes son, de sus relaciones con los demás y de cómo se mueven por el mundo.

 

Esto aplica para la mayoría de nosotros. Nuestra adopción de la tecnología ha sido tan rápida que estamos perdiendo la capacidad de darnos cuenta qué se siente vivir de esta manera. De vez en cuando, en las conversaciones terapéuticas, un paciente puede conectar con estos sentimientos. A menudo tiene el aspecto del duelo.

 

Cada vez veo más en mi consultorio cómo la gente empieza a sentir que la tecnología los ha alejado, una y otra vez, de lo que más importa. Quizá la tecnología ha interrumpido sus vidas creativas o sus crecimientos emocionales. Un patrón conocido para muchos de nosotros es cómo estas distracciones interrumpen la conexión con los demás. Hablar con los niños durante la cena y luego apartar la mirada. Sentir la atracción del teléfono y también esa inquietud susurrante.

 

“Diablos, ¿por qué hago eso?”. Ese es el sentimiento que expresan los pacientes. La ira suele ser lo primero. Luego llegamos al dolor que hay debajo. Todos estos momentos —que en realidad no pasan desapercibidos, sino que se notan y se ignoran— dejan un residuo de aflicción. Todos estos alejamientos. Mientras hablamos, la tristeza se abre en ondas y se expande. Es extraordinario cuando la gente se permite sentir la pena, porque la tecnología tiende a distraernos no solo de los momentos de conexión, sino también de la pena de perderse esos momentos.

 

Llevo mucho tiempo reflexionando sobre el impacto humano de la tecnología en mis funciones de psicoanalista y estudioso de la religión, y anteriormente como periodista de tecnología y director de investigación. Una constante que he observado es que la tecnología provoca una especie de niebla alexitímica (la alexitimia es la dificultad para identificar o expresar las emociones propias). Esto no es universal, y las emociones que alejamos no siempre son las mismas. Pero ocurre de una manera sorprendentemente constante.

 

Cuando conseguimos sentir, puede resultar difícil vivir con los sentimientos. En su lugar, pasamos rápidamente a la acción. Se acabó, decimos. ¡Basta! Tiramos el teléfono, borramos la aplicación, hacemos una desintoxicación digital. Estas soluciones rara vez duran. La desintoxicación termina. Volvemos a tomar el teléfono. Volvemos a instalar la aplicación. En lugar de quedarnos con el sentimiento, vacilamos entre la inmersión en la tecnología y su rechazo total. Este circuito, pasar de sentir a hacer, es una pieza clave del entorno anestesiante de la tecnología.

 

La tecnología fomenta la instrumentalización de la vida emocional, con lo que quiero decir que nuestros sentimientos parecen reales solo si se traducen en acciones que nos ayuden a conseguir objetivos específicos. Tomemos como ejemplo la avalancha de métricas de bienestar físico que aparecen en dispositivos como los relojes de Apple: frecuencia cardiaca en reposo, contador de pasos, puntuación del sueño. Estas cifras cobran vida propia y llegan a parecer más reales que los estados mentales y corporales que miden. Del mismo modo, en las redes sociales, las representaciones que compartimos pueden adquirir una especie de hiperrealidad. Con herramientas de IA como ChatGPT, la experiencia universitaria pasa de la inmersión creativa a la búsqueda de instrucciones para alcanzar un objetivo concreto.

 

Si utilizáramos el lenguaje de Silicon Valley, diríamos que estamos muy incentivados para enfocarnos en la acción en busca de marcadores externos de éxito. La noción de quedarse con el sentimiento sin traducirlo en acción parece carecer de sentido.

 

Esta idea de sentir no es lo mismo que la práctica de la atención plena, que suena muy similar en el sentido de que fomenta la observación silenciosa de las emociones y los pensamientos propios. Las ideas occidentales de la atención plena pueden ser presas de los mismos escollos que la tecnología. A menudo nos enfocamos en lo que puede hacer la atención plena: desestresarte, lograr hacer más trabajo, bajar la tensión arterial. Si llevas un reloj inteligente ahora mismo, quizá tenga una aplicación de atención plena que da inicio a una sesión, durante la cual alimenta tu tabla de métricas.

 

Para abordar los problemas de la tecnología tenemos que volver a nuestra vida emocional por sí misma, y no saltar siempre a hacer o cambiar o arreglar. Este es el único camino viable si queremos seguir en contacto con nuestra humanidad y conservar el amor, la empatía, la riqueza emocional y espiritual, y la capacidad de crear arte y música que reflejen nuestra vida interior.

 

Muchos de nosotros nos encontramos cada día con decenas de momentos en los que nos relacionamos con la tecnología y experimentamos una sensación de inquietud. Con mucha frecuencia, la hacemos a un lado. Pero si aceptamos la invitación y nos quedamos con lo que viene, tomar decisiones diferentes se vuelve inevitable.

 

Permíteme volver a mi práctica clínica. Investigaciones muy persuasivas demuestran ahora los efectos negativos de las redes sociales en la salud mental, sobre todo entre los jóvenes. De un modo extraño, la naturaleza de esta crisis en torno a las redes sociales me da cierta esperanza. Las redes sociales pueden inducir una especie de distracción frenética que la gente llega a sentir. Esto no significa necesariamente que sientan un duelo, pero pueden identificar lo agotados que están por ello. En esta inclinación hacia el sentimiento, hay esperanza.

 

Los chatbots de inteligencia artificial son más inquietantes. Un momento estamos inundados de las redes sociales, y de pronto hay una voz suave al otro lado que parece reconocernos. Lo que ocurre con nuestro ser emocional en estas situaciones es una pregunta fundamental de nuestro tiempo. Para responderla, y para dirigir nuestra relación con la IA en consecuencia, necesitamos ser capaces de permanecer en contacto con nuestra experiencia emocional.

 

En El rey Lear, el ciego Gloster dice sobre su forma de abrirse paso por el mundo: “Lo veo sintiéndolo”. Hace años, mantuve una correspondencia con mi amigo y colega periodista Bill Moyers sobre esta frase, y me dijo: “El reto consiste en convertir esa ‘sensibilidad hacia el mundo’ en medidas que rediman y sostengan”.

 

Al vivir nuestras vidas a través de la tecnología, muchos de nosotros podemos encontrarnos con grandes oleadas de aflicción por todos los momentos perdidos. El peligro, creo, no es que sintamos este duelo. El peligro es que no lo hagamos.

 

Steven Barrie-Anthony es psicoanalista, escritor e investigador asociado en el Centro para el Estudio de la Religión de la Universidad de California en Berkeley. Anteriormente trabajó como redactor en Los Angeles Times.

 

Referencia:

https://www.nytimes.com/es/2025/11/13/espanol/opinion/iphone-celular-adiccion-terapia.html

 

 

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