Dra. Mary Edwards Walker fue la única mujer en la historia en recibir la Medalla de Honor.

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En 1917, el gobierno de Estados Unidos le pidió a una anciana de 84 años que devolviera su Medalla de Honor.
Ella respondió sin escribir una sola palabra.
Simplemente se la prendió al pecho y siguió usándola cada día hasta morir.
Su nombre era Dra. Mary Edwards Walker, y fue la única mujer en la historia en recibir la Medalla de Honor.
Nació en 1832, en una granja de Nueva York.
Sus padres, abolicionistas y reformadores, creían que sus hijas debían tener las mismas oportunidades que los hijos.
Su madre le enseñó que los corsés eran prisiones, y su padre le enseñó medicina.
Desde entonces, Mary decidió que no vestiría cadenas, ni en el cuerpo ni en la mente.
A los 21 años ingresó en la Facultad de Medicina de Syracuse, una hazaña insólita para una mujer en 1855.
Se graduó entre burlas y rechazo, y cuando intentó ejercer, los pacientes se negaron a ser atendidos por ella.
Fracasó su consulta, fracasó su matrimonio, pero nunca fracasó su voluntad.
En 1861, comenzó la Guerra Civil.
Mary se presentó como cirujana voluntaria del Ejército de la Unión.
El ejército la rechazó: las mujeres solo podían ser enfermeras.
Ella fue de todos modos.
Atendió heridos sin sueldo, bajo fuego enemigo, con sus propios instrumentos.
Curó, operó, salvó.
Finalmente fue reconocida como cirujana —la primera mujer en lograrlo—.
Fue capturada por los confederados mientras ayudaba a civiles en zona enemiga.
La acusaron de espía y pasó cuatro meses en la prisión de Castle Thunder, en condiciones inhumanas.
Cuando fue liberada en un intercambio de prisioneros, estaba débil, pero viva.
Y regresó al frente.
Por su valentía, el presidente Andrew Johnson le otorgó la Medalla de Honor en 1865.
Mary la llevó siempre, incluso cuando se la quisieron quitar.
Porque nunca la había recibido por complacer a nadie.
Después de la guerra, se convirtió en escritora, oradora y activista.
Luchó por el derecho al voto, por la igualdad de género, y por la libertad de vestirse sin miedo.
Fue arrestada varias veces por “usar ropa de hombre”.
Comparecía ante los jueces con sombrero de copa y su Medalla de Honor en la solapa.
En 1917, una revisión del Congreso revocó 911 medallas, entre ellas la suya.
“Solo para actos de combate”, dijeron.
Mary se negó a devolverla.
Siguió llevándola hasta su muerte, en 1919.
Cincuenta y ocho años después, el presidente Jimmy Carter revisó su caso.
En 1977, el gobierno devolvió oficialmente su Medalla de Honor.
Ella ya no estaba allí para verla.
Pero nunca la necesitó de vuelta.
Porque Mary Edwards Walker nunca dejó de tenerla.
La historia solo tardó medio siglo en entenderlo.
Fue la única mujer en recibir la Medalla de Honor.
Intentaron quitársela.
Se negó.
Y al final, tuvieron que admitir que tenía razón.
A veces, adelantarse a tu tiempo significa morir antes de que el mundo te alcance.
Pero cuando eso sucede…
la medalla sigue ahí, brillando justo donde siempre supiste que debía estar.
 
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