Sir John Harrington tuvo una idea revolucionaria: construir el primer inodoro moderno con cisterna.

En 1596, un excéntrico cortesano inglés llamado Sir John Harrington tuvo una idea revolucionaria: construir el primer inodoro moderno con cisterna. Lo instaló en honor a su madrina… nada menos que la reina Isabel I. El sistema incluía un tanque de agua y una válvula para eliminar los desechos. Era ingenioso. Era elegante. Y era demasiado adelantado a su tiempo.
El invento no se popularizaría sino hasta 250 años después.
Porque en la Europa medieval, la mayoría de las personas seguía recurriendo a soluciones más primitivas: agujeros en el suelo, letrinas compartidas o bacinillas bajo la cama.
Solo los más ricos tenían acceso a un garderobe, una pequeña habitación sobresaliente en los muros de los castillos, que canalizaba los desechos hacia el exterior. El nombre, que en francés significa literalmente “guardarropa”, tiene su razón: la gente colgaba allí su ropa, creyendo que los vapores de orina mataban las pulgas. Y, en efecto, el amoníaco hacía su parte.
Pero no todo era higiene y realeza. En más de una ocasión, los retretes fueron trampas mortales. Literalmente.
Algunos caballeros enemigos, aprovechando la conexión vertical de los garderobes, se colaban por debajo… y apuñalaban a sus víctimas mientras estas estaban indefensas en el momento más íntimo del día.
Entre los personajes históricos que murieron así —asesinados en la letrina— están:
El rey Edmundo II de Inglaterra, en 1016.
Jaromír, duque de Bohemia, en 1035.
Godofredo IV de la Baja Lorena, en 1076.
Wenceslao III de Bohemia, en 1306.
Uesugi Kenshin, señor de la guerra japonés, en 1578.
La historia, a veces, se escribe desde lo más alto del trono… y otras veces, termina allí.
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