Los acusados en el juicio por violación en Francia nos están diciendo algo espeluznante.

Una protesta este mes cerca de Mazan, Francia, donde Dominic Pelicot se declaró culpable de drogar y violar a su esposa durante cerca de una década y ofrecerla a desconocidos.Credit...Clement Mahoudeau/Agence France-Presse — Getty Images OPINIÓN ENSAYO INVITADO Por Valentine Faure Faure es colaboradora de Le Monde. Escribe desde París. Es el caso que ha conmocionado a Francia. Los fiscales afirman que, durante casi una década, Dominique Pelicot drogó repetidamente a su esposa e invitó a extraños a unirse a él para violarla. Los fiscales afirman que fue agredida por decenas de hombres mientras yacía inconsciente y que su marido filmó la mayoría de los encuentros y luego archivó los videos en carpetas digitales, incluida una titulada “abusos”. Cuando el juicio de Dominique Pelicot se inició el mes pasado, su esposa, Gisèle Pelicot, renunció a su derecho al anonimato y habló con notable aplomo. Ella se ha convertido en la heroína feminista de Francia: las mujeres en protestas de París, Marsella y Burdeos gritan: “Todas somos Gisèle”. Dominique Pelicot se ha declarado culpable de todos los cargos que se le imputan y ha dicho, sin rodeos: “soy un violador”. Pero hay otros 50 hombres en el banquillo con Dominique Pelicot. La mayoría de ellos están acusados de violación con agravantes a Gisèle Pelicot. Más de una decena se han declarado inocentes; algunos han alegado que fueron engañados o que les dijeron que Gisèle Pelicot fingía estar dormida porque era tímida. El feminismo lleva mucho tiempo interesado en la relación entre conocimiento y poder, en cómo las mujeres privadas de conocimiento se ven privadas de poder. En las últimas semanas, se nos ha recordado brutalmente que la ignorancia, o la pretensión de no saber, también puede ser una herramienta conveniente de los poderosos. El consentimiento exige un esfuerzo por conocer los deseos del otro, mientras que la violación requiere de ignorar por completo —anular— al otro, de permitirse tener conciencia solo del propio placer. De hecho, drogar a una mujer hasta su completa sumisión parece una manifestación particularmente obvia del deseo de un hombre de no saber. “No acepto que me llamen violador”, protestó un acusado ante el tribunal. “No soy un violador. Es demasiado para mí”, dijo. Después explicó lo mucho que ha aprendido sobre el consentimiento desde su detención: “El magistrado me lo dijo: aunque estés casado, una mujer no te pertenece del todo”. “Quizá en absoluto”, corrigió el juez, perfeccionando la educación sexual del acusado ante el tribunal. “Sí, las mujeres no pertenecen a los hombres”, replicó. “Espero que lo enseñen en las escuelas. A mí me costó 54 años”. Uno de los acusados dijo que quedó “destrozado” cuando supo lo que había pasado. “Nunca lo superaré”, dijo a Gisèle Pelicot ante el tribunal, como si hubiera sido violada sin conocimiento ni del agresor ni de la víctima. Al verse presionado, lo describió como una “violación involuntaria”. Dominique Pelicot conservó meticulosas pruebas en video de la mayoría de las agresiones, por lo que los acusados no pueden rebatir los hechos materiales. La única defensa de que disponen es decir que no sabían que lo que estaban haciendo era una violación porque no sabían que no contaban con el consentimiento de Gisèle Pelicot. Algunos han alegado que acudieron al domicilio de la pareja para mantener relaciones sexuales filmadas suponiendo que Gisèle Pelicot se hacía la dormida, pero pensaban que ella estaba participando, o que entendían que Dominique Pelicot podía dar su consentimiento en su nombre, como su marido. (“Es su mujer. Puede hacer lo que quiera con ella”, dijo uno de los acusados). Uno alegó que no sabía lo que significaba “consentimiento”. Cada vez más países de la Unión Europea tienen leyes de consentimiento sexual basadas en “sí significa sí”, pero Francia sigue definiendo la violación como un acto sexual cometido mediante “violencia, coacción, amenaza o sorpresa”. Este juicio ha reabierto el debate sobre si debe cambiarse la definición. Sin el requisito del consentimiento afirmativo, un acusado puede argumentar —como hizo uno de los abogados defensores en este juicio— que “sin intención de cometerla, no hay violación”. El sistema insiste en que se dediquen esfuerzos a tratar de adivinar las verdaderas intenciones de los hombres a quienes se acusa de cometer un acto sexual con una mujer que ronca. Una reciente encuesta de Ipsos reveló un progreso significativo en la comprensión de la violación desde el comienzo del movimiento #MeToo en Francia, pero alrededor de una quinta parte de los franceses todavía dijeron que no consideran que forzar a su pareja a tener relaciones sexuales sea una violación, y casi el 10 por ciento dijo que forzar a alguien que está borracho o dormido o incapaz de expresar su consentimiento no es violación. Entre los hombres de 18 a 24 años, la proporción se acerca al 30 por ciento. (“Para mí, violación es agarrar a alguien por la calle”, se dice que dijo uno de los acusados). Parece que a Dominique Pelicot le resultó fácil encontrar hombres dispuestos a participar en el abuso de su esposa inconsciente; muchos de los acusados vivían a unos 65 kilómetros de su casa. Si la cantidad los hace monstruosos, vistos uno a uno, son tristemente normales. Hombres con familia y trabajo: un periodista, un bombero, un enfermero, un funcionario. Al parecer, uno de ellos se perdió el nacimiento de su hija por estar en casa de los Pelicot. Según informa Le Monde, 72 de los 83 hombres a los que Dominique Pelicot contactó en el foro de internet À Son Insu (Sin su conocimiento) o por Skype dijeron que sí. De la minoría que se negó, no parece que ninguno se molestara en llamar a la policía. Es de suponer que tampoco querían saberlo. Valentine Faure es redactora colaboradora de Le Monde. Enlace: https://www.nytimes.com/es/2024/10/15/espanol/opinion/gisele-pelicot-violacion-francia.html

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