El estrangulador de Boston.
Historias de Crímenes Reales: El estrangulador de Boston
Por Betania Boadas
Jueves, 14 de junio de 1962. Unos minutos antes de las siete de la tarde, Juris Slesers aparcaba su coche en el número 77 de Gainsborough Street, una casa de ladrillo rojo situada en la zona de Back Bay, en la ciudad norteamericana de Boston. Salió del coche, subió hasta el tercer piso y llamó a la puerta del apartamento 3F, donde vivía su madre, Anna Slesers.
No hubo respuesta. Volvió a llamar más fuerte. Seguía sin haber respuesta. Juris, perplejo, volvió a llamar a la puerta. Habían quedado y le estaba esperando. Finalmente, convencido de que algo raro pasaba, Juris echó la puerta abajo. Encontró a su madre tumbada de espaldas, en el suelo de la cocina. Las piernas parecían haber sido forzadas. Las tenía abiertas, y la derecha doblada por la rodilla. La bata estaba tirada en la entrada y ella, completamente desnuda. El cinturón azul de la bata estaba anudado a su cuello con una lazada.
Juris llamó a la policía. Poco después de las ocho en punto, el agente especial James Mellon y el sargento John Driscoll, de la sección de homicidios, aparecían en el lugar de los hechos. Juris, visiblemente afectado, explicó que tal vez su madre estaba deprimida y se había suicidado. La impresión del inspector Mellon, tras echar un vistazo a la habitación, era bastante diferente.
La bañera, próxima al cuerpo, estaba a medio llenar, como si la Sra. Slesers se dispusiera a tomar un baño. Esta y otras pistas apuntaban a la explicación, más probable, de que hubiera sido asaltada por alguien que después la asesinó.
Un extraño desorden
Pero había más. Los investigadores quedaron impresionados por la limpieza del hall y del salón. Sin embargo, en la cocina había tirada una papelera con papeles esparcidos a su alrededor. Además, los cajones del aparador estaban abiertos y su contenido desordenado.
La autopsia reveló que Anna Slesers había sufrido contusiones en la cabeza provocadas por una caída o un golpe. Sin embargo, la causa de la muerte había sido el estrangulamiento. Aunque no había pruebas de violación, había sufrido un ataque sexual.
La primera opinión de los investigadores era que un delincuente había penetrado en el apartamento con intención de robar. Se encontró con la mujer, medio desnuda para tomar su baño, y la atacó preso de un deseo incontrolable. Después la estranguló por miedo a ser identificado.
Sin embargo, había dos detalles que no encajaban. El primero era la forma en que el desconocido entró en el apartamento. No había nada forzado, lo cual sólo dejaba la posibilidad de que la Sra. Slesers hubiera dejado entrar a su atacante. Pero…. se trataba de una mujer tímida y retraída que no había sido vista nunca en compañía de ningún hombre. Además, parecía raro que abriera la puerta a un extraño, especialmente porque sólo iba vestida con el albornoz y no llevaba la dentadura postiza puesta.
El segundo detalle que preocupaba a la policía era el móvil. El saqueo del apartamento sugería que se trataba de un robo. Sin embargo, un reloj de oro y otras piezas de joyería permanecían intactas sobre la mesilla de noche.
Lo más curioso era que el desorden parecía seguir algún método. Era como si las posesiones de la víctima hubieran sido examinadas tranquilamente, en lugar de haber sido registradas frenética y fortuitamente.
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La segunda víctima
El 30 de junio de 1962, tan sólo dos semanas después, el cuerpo de otra mujer de edad avanzada, Nina Nichols, de 68 años, fue encontrado casi en idénticas circunstancias. Había sido estrangulada con dos medias de nylon, también anudadas a su cuello con un lazo. La bata y la combinación estaban subidas hasta la cintura.
Como en el caso Slesers, el apartamento tenía aspecto de haber sido registrado. Los bolsos de Nina Nichols estaban forzados y abiertos, y su contenido esparcido por todas partes. Sus ropas, un álbum de fotos deshojado y otros objetos personales estaban también tirados de cualquier manera.
Pero de nuevo había que descartar el robo como móvil, ya que el intruso no se había llevado una cámara fotográfica valorada en no menos de 300 dólares. Y, de nuevo, podía apreciarse el mismo y curioso orden en medio del caos. No había indicios de haber forzado alguna entrada, ni existía ninguna característica en la víctima que sirviera de pista. Viuda desde hacía muchos años, Nina Nichols era conocida por no tener ninguna compañía masculina.
La policía de Boston se enfrentaba a una situación en la que dos mujeres de edad avanzada habían sido atacadas sexualmente y estranguladas, en menos de dos semanas. El comisario de policía, Edward McNamara, recientemente destinado para supervisar los efectivos policiales de que disponía Boston, convocó una reunión con los jefes del departamento el lunes 2 de julio.
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El tercer estrangulamiento
Mientras estaban reunidos llegaron noticias de un tercer estrangulamiento. Helen Blake, una enfermera retirada de 65 años, fue encontrada en su apartamento del 73 de Newshall Street en Lynn, ciudad situada a varios kilómetros al norte de Boston.
Fue descubierta en circunstancias muy parecidas a la de las dos primeras víctimas. Estaba casi desnuda y había sido estrangulada con una media de nylon.
Al igual que Anna Slesers y Nina Nichols, el asesino abusó de ella, pero no fue violada. También esta vez, el apartamento había sido registrado y su contenido esparcido por todas partes.
Helen Blake llevaba muerta unos días cuando fue encontrada. La autopsia reveló que había sido asesinada el 30 de junio, el mismo día que Nina Nichols, aunque la hora de la muerte no pudo ser determinada. El asesino había actuado dos veces en el mismo día.
La forma y frecuencia con que los asesinatos se cometían era demasiado evidente como para ser ignorada. La policía empezó a darse cuenta de que no estaba tratando con diferentes asesinos. Tuvieron que admitir que los asesinatos podrían ser obra de una sola persona. Un asesino reincidente con tendencias sexuales anormales.
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La caza del asesino
La noticia de la muerte de Helen Blake provocó una rápida reacción en McNamara. La policía de Boston se movilizó para la mayor caza de un hombre que la ciudad había visto. Todos los permisos fueron cancelados y todos los detectives libres asignados al caso.
El grupo, con edades comprendidas entre los 18 y los 40 años, fue seleccionado por psiquiatras que asesoraron a la policía. En su opinión, el asesino era un hombre joven que sufría manías persecutorias y odio por su madre.
Se reunió a los sospechosos, se comprobaron los expedientes y la policía aconsejó a las mujeres que mantuvieran sus puertas cerradas y estuvieran alerta. Un número de teléfono especial (DE 8-1212) para casos de emergencia, en servicio las 24 horas del día, fue publicado en todos los periódicos y repetido en todos los noticiarios de radio y televisión.
McNamara apeló a la prensa pidiéndoles que revelaran los mínimos detalles sobre el asesinato como les fuera posible, con la finalidad de evitar el pánico en las calles.
Mientras tanto, buscó ayuda en todos los distritos. Cincuenta detectives escogidos cuidadosamente fueron seleccionados para asistir a un seminario impartido por un especialista en crímenes sexuales del FBI, que había ofrecido su colaboración. Entre ellos estaban el teniente detective Edward Sherry, el teniente John Donovan, jefe de la División de Homicidios de Boston, James Mellon y el detective Phil DiNatale.
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Otra anciana estrangulada
Transcurrió más de un mes sin que se recibieran informes de asesinatos parecidos, hasta el 21 de agosto, fecha en la que Ida Irga, una apacible y reservada mujer de 75 años, fue encontrada estrangulada en su apartamento situado en el número 7 de Grove Street, un edificio de cinco pisos en el West End de Boston. Llevaba muerta alrededor de dos días.
El crimen tenía el mismo sello personal que los asesinatos anteriores pero con una macabra variación. El asesino colocó a su víctima tumbada en el suelo, le puso una almohada bajo las nalgas y le abrió al máximo las piernas, encajando los tobillos en los huecos del respaldo de dos sillas. En resumen, el cuerpo fue colocado en lo que un periodista describió como «una grotesca parodia de la posición ginecológica».
Había otro detalle más espantoso. Algo que sólo podría definirse como un acto de desafío burlón. El cuerpo fue colocado de forma que fuera lo primero que viera quien entrara en la habitación. En este caso, un niño de 13 años, el hijo del portero de la casa.
Estos detalles no fueron hechos públicos, en parte porque se consideraron demasiado impactantes como para publicarlos, pero fundamentalmente porque la policía quería ser la única, junto con el asesino, en conocer ciertos hechos.
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Ambiente de terror
El asesinato de Anna Slesers suscitó pocos comentarios en una ciudad en la que se cometían unos 50 crímenes al año, pero la sensación de miedo fue aumentando a partir del descubrimiento del doble asesinato, el 30 de junio de 1962.
Comenzaron a atribuir poderes sobrenaturales al desconocido asesino. Era conocido como «el estrangulador loco», «el asesino del atardecer» (algunas víctimas murieron a última hora de la tarde), o «el fantasma estrangulador».
El miedo al Estrangulador paralizó, en gran medida, el día a día normal de la ciudad. Los cerrajeros hicieron un buen negocio. Cada crimen les proporcionaba mayor demanda de cerrojos, cadenas, mirillas y cierres para las ventanas. Muchas mujeres improvisaron barricadas y dormían dejando a los pies de las camas cualquier utensilio que sirviera de arma.
Otras se procuraron la protección con perros. Fue tal la demanda que la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales se encontraba cada mañana con gente haciendo cola en el exterior de sus dependencias para adoptar los perros callejeros que habían recogido el día anterior.
El único consejo que la policía podía dar para hacer frente al pánico, era mantener las puertas cerradas y avisarles en caso de ver a alguien merodeando o comportándose de forma extraña. Se facilitó un teléfono para emergencias y, acto seguido, la policía recibió multitud de avisos, referidos a vecinos o ex-amantes. Todos los avisos fueron comprobados y, aunque algunos revelaron conductas extrañas para la puritana ciudad, todos resultaron infructuosos.
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El perfil del asesino
Nueve días después de que fuera encontrado el cuerpo de Ida Irga, otra mujer, Jane Sullivan, una enfermera de 67 años, fue encontrada estrangulada en su apartamento, un piso del número 435 de Columbia Road, en Dorchester (en el extremo opuesto de Boston con respecto al último asesinato). Se estimó que la muerte tuvo lugar diez días antes, el 20 de agosto, lo cual significaba que ella e Ida Irga murieron durante las mismas 24 horas.
La policía duplicó sus esfuerzos. Se creó una fuerza de patrulla táctica formada por 50 hombres escogidos. En tres unidades principales, patrullarían por la ciudad preparados para hacer frente a cualquier situación que no pudiera ser controlada por los coches de patrulla normales.
A principios de septiembre, el doctor Richard Ford, jefe del departamento de medicina legal de la universidad de Harvard, reunió a agentes, médicos y psiquiatras del Estado y de la ciudad de Boston, para intentar construir un perfil del asesino.
La posibilidad de que una mujer hubiera cometido los asesinatos fue descartada desde el primer momento por la enorme fuerza que hacía falta para mover a las víctimas. Para la mayoría de los psiquiatras, el retrato mental que iba surgiendo era el de un hombre inclasificable, mediocre, probablemente de trabajo rutinario de 9 a 5. Un hombre cuya seguridad residía en el anonimato.
El doctor Ford explicó que lo que él y sus ayudantes estaban buscando era un «denominador común», en «el cómo y cuándo encontraron la muerte estas mujeres, o en algo referente a los lugares en que vivían, o en su modo de vida».
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Cambio de víctimas
El siguiente grupo de asesinatos echó por tierra cualquier esperanza de encontrar una pista de la identidad del asesino en los crímenes anteriores.
El primero fue el de Sophie Clark, el 5 de diciembre de 1962. Aunque fue asesinada de la misma manera que las otras víctimas y su apartamento también fue registrado, causaron gran impresión algunas diferencias con respecto a los casos anteriores. Clark era muy joven, tenía sólo 20 años, era de color y no vivía sola. Otra diferencia con respecto a las otras víctimas, es que ella sí había sido violada.
La muerte de Sophie Clark fue seguida, el 31 de diciembre, por la de Patricia Bissette, una secretaria de 23 años. El 6 de mayo de 1963, moría también Beverly Samans, una estudiante de Cambridge de la misma edad. Aunque esta última víctima también fue estrangulada, se pensaba que la causa de su muerte habían sido unas puñaladas recibidas en el cuello. Ambas fueron violadas.
Ahora, la policía estaba completamente desconcertada. El cambio radical en las edades de las víctimas parecía excluir irrevocablemente la primera impresión de los psiquiatras de que se trataba de un «psicópata que odiaba a su madre». Parecía que, después de todo, podría ser cierta la teoría de que más de una persona estuviera involucrada en los asesinatos.
Las protestas populares se intensificaron y la gente exigía una investigación ante aparente ineptitud de la policía. McNamara, impotente, se limitó a citar estadísticas. La policía había hecho averiguaciones sobre unos 5.000 maníacos sexuales de Massachusetts, habían analizado a cada interno del centro para el tratamiento de individuos sexualmente peligrosos, habían preguntado a miles de personas y habían interrogado a mas de 400 sospechosos.
Sin embargo, los hechos eran los siguientes: se habían cometido ya ocho estrangulamientos y la fuerza policial, compuesta por cerca de 2.600 hombres trabajando de 12 a 14 horas diarias, no había encontrado todavía una sola pista concluyente. Ninguna mujer en Boston, fuera joven o mayor, viviera sola o acompañada, podía considerarse a salvo.
Ese mismo año se encontraron dos víctimas estranguladas más. Evelyn Corbin, 58 años, el 8 de septiembre de 1963 y Joann Graff el 23 de noviembre. Esta última fecha tiene particular relevancia en la historia de América. El 22 de noviembre de 1963, el presidente John F. Kennedy había sido asesinado en Dallas, Texas. El día siguiente, 23 de noviembre, fue declarado día de luto nacional.
El hecho de que el crimen hubiera sido cometido cuando el país, y Boston en particular, estaban de luto, fue descrito posteriormente por un psiquiatra como «el mayor acto de megalomanía de la historia del crimen contemporáneo».
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Detalles macabros
El undécimo y último estrangulamiento, el 4 de enero de 1964, iba a motivar un giro decisivo en el caso. La víctima, Mary Sullivan, de 19 años de edad, fue la más joven de todas y los detalles de su asesinato los peores, pues había sido forzada sexualmente con un palo de escoba.
Alrededor del cuello tenía una media y dos bufandas de colores chillones anudadas con un gran lazo bajo la barbilla. Entre los dedos del pie izquierdo había colocada una tarjeta navideña de colores llamativos en la que ponía: «Feliz Año Nuevo». La policía encontró también un pequeño fragmento de estaño como los empleados para proteger una película fotográfica. Este dato sugería que el Estrangulador pudo haber fotografiado la escena para tener un recuerdo de su obra de arte, antes de salir del apartamento de Mary Sullivan.
La sensación de horror que produjo el crimen en los habitantes de Boston fue realmente impresionante. La juventud de la víctima y los atroces detalles de su muerte que llegaron hasta el público, tocaron una fibra sensible que ninguno de los otros asesinatos llegó a rozar.
Era urgente tomar nuevas medidas. Dos semanas después el fiscal general Edward Brooke Jr. declaró que la oficina del fiscal general del Estado de Massachusetts, la más alta institución jurídica del Estado, estaba haciéndose cargo de la investigación de todos los asesinatos cometidos en Boston y sus alrededores. Nombró su ayudante a John S. Bottomly para que se encargara de toda la operación. Como él mismo dijo: «éste es un caso anormal e insólito y requiere procedimientos anormales e insólitos».
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Salvada milagrosamente
El 18 de febrero de 1963 una camarera alemana de 29 años, cuyo nombre jamás fue revelado, abrió la puerta de su apartamento de Melrose Street a un hombre que decía tener que arreglar una gotera. La mujer, que había estado enferma y que se encontraba todavía aturdida por los efectos de una píldora para dormir, le dejó entrar y se dio la vuelta.
El hombre saltó sobre ella, pasó un brazo alrededor de su cuello y la arrojó al suelo. La mujer se defendió mordiéndole un dedo hasta tocar el hueso. Él la soltó y ella gritó alertando a unos trabajadores que arreglaban un tejado cercano. El hombre salió corriendo. Profundamente afectada, la víctima sólo pudo hacer una descripción aproximada de su agresor. Era incapaz de identificarle.
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Descoordinación policial
Durante los 18 meses transcurridos desde que comenzaron los crímenes, cinco departamentos de policía y tres fiscales de distrito se vieron involucrados. La dispersión de los distintos departamentos se convirtió en un grave problema de comunicación. Además, se sumó a esta confusión el hecho de que los diferentes departamentos de policía habían mantenido en secreto varios detalles de los asesinatos de cara al público y entre ellos mismos para reducir el riesgo de filtraciones o por un sentido de la competencia fuera de lugar.
Era necesario, pensó Bottomly, una sede central donde se analizara toda la información. Todos los datos de la policía de Boston, Cambridge, Lynn, Lawrence y Salem, lugares en que se cometieron los asesinatos, tenían que ser recopilados en un solo lugar y después, analizados en profundidad.
Bottomly actuó rápido. Ordenó hacer copias de todos los informes relacionados con los estrangulamientos en todos los departamentos de policía de los lugares en que se habían cometido los crímenes. El resultado en total ascendió a la increíble suma de 37.500 páginas. La información fue procesada e introducida en una computadora.
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Peter Hurkos
A finales de enero de 1964 surgió el acontecimiento más extraordinario del caso hasta aquel momento. Unas semanas antes, un hombre de negocios había sugerido a Bottomly que consiguiera (él mismo aportaría los recursos económicos) la ayuda de Peter Hurkos, un vidente de 52 años de edad.
El curioso capítulo que se desarrolló a raíz de aquella sugerencia fue digno de figurar entre las más fantásticas historias de ciencia ficción. El 29 de enero, Hurkos y Jim Crane, su guardaespaldas, llegaron a Lexington, a 30 kilómetros de Boston.
Al día siguiente, en la pequeña habitación de un motel, el vidente comenzó a componer una imagen del Estrangulador. Como primera medida, dijo que le gustaría hacerse una idea de las víctimas del asesino. Un detective, Juhan Soshnick, le proporcionó un montón de fotografías que colocó agrupadas boca abajo sobre la cama. Las tocó suavemente y al cabo de unos minutos, su mano se detuvo sobre uno de los montones. «Esta, la de arriba, muestra una mujer muerta. Sus piernas están separadas, la veo», dijo con su marcado acento holandés. «Compruébelo usted mismo».
Se tumbó en la alfombra y demostró, exactamente, cómo la víctima en cuestión había sido colocada por el Estrangulador. Cuando Soshnick volvió la fotografía, pudo ver a la primera víctima, Anna Slesers, en la misma posición que Hurkos acaba de mostrarle. Ante la mirada incrédula de los presentes, repitió el proceso con las otras víctimas. El «cerebro radar» del vidente (como a él mismo le gustaba llamarlo) empezó a generar imágenes del asesino. Poco después, estaba describiendo a un hombre delgado, de 1,70 m de estatura y un peso de 60 a 70 kg. Debía de tener una nariz puntiaguda, una cicatriz en el brazo izquierdo y algo raro en el pulgar. Entonces, inexplicablemente surgió el comentario: «le encantan los zapatos.»
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¿Se equivocó Hurkos?
Más tarde, aquella noche, Hurkos dibujó, en un mapa de la ciudad un círculo que abarcaba un área en el suburbio de Newton, en la que se encontraban el Boston College y el seminario de Saint John, y pudo afirmar que allí era donde había vivido el asesino.
A la mañana siguiente, Hurkos y su séquito fueron a Boston para discutir algunos asuntos con Bottomly. Cuando el coche pasó por Commonwealth Avenue, por el número 1940 en concreto, el vidente se excitó terriblemente: «Terrible, horroroso, algo espantoso ha ocurrido aquí.» Allí fue donde Nina Nichols, la tercera víctima, había sido asesinada.
Aquella noche, mientras dormía, Hurkos habló en voz alta. Lo hizo en portugués, idioma que desconocía, e hizo referencia a alguien llamado Sophie (Sophie Clark fue la novena víctima, su padre era portugués, dato que el vidente no podía saber). Después, bruscamente, el médium se dividió en dos voces distintas que empezaron a discutir entre sí. Una de ellas era él mismo con su acento holandés habitual, y la otra, la personalidad del asesino con un acento bostoniano suave y femeninamente charlatán.
Una semana antes de llegar Hurkos, un antiguo estudiante del Boston College había dirigido una extraña carta a la escuela de enfermería. En ella, decía estar interesado en escribir un artículo sobre los allí graduados, en 1950. También expresó un profundo interés en conocer enfermeras sugiriendo que «la amistad puede llevar al altar».
Basándose en las revelaciones de Hurkos, Bottomly ordenó que investigaran al supuesto autor de la carta. Se comprobó que había estado en la lista de posibles estranguladores. Tenía un amplio historial de enfermedades mentales, medía 1,70 m de estatura, pesaba 60 kg y tenía la nariz puntiaguda. Había asistido en una ocasión al seminario de Saint John y trabajaba como vendedor a domicilio de zapatos para señora.
En el examen físico que le hicieron, le encontraron cicatrices en su brazo izquierdo y el pulgar deformado. Hurkos estuvo en lo cierto en cada detalle, pero la investigación no llevó a ninguna parte. El vendedor no sabía nada de los crímenes y no pudo ser relacionado con ninguna de las víctimas.
El vidente abandonó Boston el 5 de febrero, una semana después de su llegada. Su relación con el caso terminó de un modo tan extraño como había comenzado. El 8 de febrero fue arrestado bajo el cargo de suplantar a un agente del FBI, lo cual fue interpretado por muchos como un intento de la policía de desacreditar al Fiscal General.
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¿Un asesino o dos?
Mientras tanto, se redoblaron todos los esfuerzos requeridos en la investigación. La recompensa del Estrangulador se aumentó de 5.000 a 10.000 dólares. Además, se reclutaron más miembros para el comité médico-psiquiátrico, formado al comenzar el año.
El 29 de abril, aproximadamente cuatro meses después del asesinato de Mary Sullivan, el comité se reunió con miembros de la policía. La cuestión más importante que se planteó fue determinar si la persona que estranguló a las primeras víctimas, todas ancianas, era la misma que había matado a las jóvenes. Abreviando, ¿un asesino o dos?
La idea de la mayoría era que los asesinatos de las ancianas habían sido cometidos por un hombre, y los de las «chicas» por una o más personas que habían intentado que sus crímenes se pareciesen a los anteriores. Los asesinos de las jóvenes podían encontrarse, en su opinión, entre los amigos de las muertas y podían, también, ser «miembros inestables de la comunidad homosexual».
Esta teoría iba pareciendo cada vez más verosímil. El que los crímenes fueran cometidos por homosexuales explicaría las degradantes posiciones en que fueron halladas las víctimas. Tal vez fuera la última burla de un misógino. Además, gran parte de ellas habían tenido contactos homosexuales de alguna forma. La zona de Back Bay, donde vivían Sophie Clark y Patricia Bissette, y la de Bacon Hill donde residía Mary Sullivan, eran zonas frecuentadas por homosexuales. El apartamento de Evelyn Corbin tampoco estaba lejos de allí.
A finales de año, la frustración de la policía era inimaginable. Para muchos la caza del Estrangulador se había convertido en una cruzada personal. Estaban tan ansiosos que no rechazaban ninguna posibilidad. Seguían tenazmente cada posible pista. En ese ambiente de baja moral, esperanzas defraudadas y pistas falsas que no conducían a ninguna parte, el teniente detective Donovan recibió una llamada telefónica. Era el martes 4 de marzo de 1965. La llamada era de Lee Bailey, un brillante y joven abogado que acababa de hacerse famoso en la ciudad. Afirmaba conocer a alguien con información acerca del Estrangulador. El letrado no podía, de momento, revelar quién era su informador, pero propuso a Donovan que le facilitara algunas preguntas concretas para que comprobaran si el hombre en cuestión estaba diciendo la verdad. El nombre de aquel sujeto era Albert DeSalvo.
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Infancia en el infierno
AIbert DeSalvo nació el 3 de septiembre de 1931, era el tercero de los seis hijos de Frank DeSalvo, peón y fontanero, y de Charlotte, hija de un oficial del Departamento de Bomberos de Boston.
Frank era un alcohólico que maltrataba a su mujer y a sus hijos. Cuando Albert sólo tenía 7 años, vio como su padre le rompía los dientes a su madre y luego le doblaba los dedos uno a uno hasta rompérselos.
Tal vez la experiencia más espantosa de su infancia (tanto que nunca fue capaz de hablar de ello) fue que le vendieran como esclavo. Su padre le entregó con sus dos hermanas a un granjero de Maine por un total de 9 dólares. Los pequeños estuvieron cautivos allí varios meses.
La familia fue siempre pobre. El padre hizo muy poco por mantenerlos y durante toda la infancia de Albert estuvieron acogidos en las listas de beneficencia.
Cuando no estaba maltratando a sus hijos, Frank DeSalvo les enseñaba a robar. Albert sólo tenía cinco años la primera vez que su padre le llevó a una tienda para enseñarle qué robar y cómo hacerlo. El pequeño progresó rápido. Pasó de pequeños hurtos en tiendas a robos, y de éstos al allanamiento de morada.
El sexo estaba siempre presente en el abarrotado apartamento de Chelsea (un suburbio de la clase trabajadora de Boston) en el que Albert creció, debido a las «extravagantes clases» que solía impartirle su brutal e inmoral padre.
Frank DeSalvo abandonó su hogar en 1937. Charlotte, su esposa, acabó divorciándose de él en 1944, casándose otra vez un año después.
Durante toda su infancia, Albert se escapaba para huir de la violencia de su padre. Dormía en los muelles de madera del este de Boston, el escondite favorito de los jóvenes fugitivos de la ciudad.
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La carrera militar
Semanas después de abandonar el colegio, concretamente el 16 de septiembre de 1948, DeSalvo se alistó en el Ejército y fue destinado a Alemania durante 5 años. Aunque fue sometido a un Consejo de Guerra en 1950 por negarse a obedecer una orden, tuvo, en general, un buen expediente. Al igual que en el colegio, se mostró muy servicial con las personalidades autoritarias, recordando que tenían «el uniforme más bonito, mejores plazas de aparcamiento… Fui ordenanza de coronel 27 veces».
En Alemania, DeSalvo descubrió que tenía aptitudes para boxear y se convirtió en campeón de peso medio del Ejército en Europa. Cuando no estaba de servicio continuaba con sus «aventuras».
En Frankfurt conoció a Irmgard, una joven atractiva, hija de una familia católica de clase media, e inmediatamente se casó con ella. Su vida cambió tras el matrimonio, dedicándose completamente a Irmgard. De hecho fue ella quien le propuso dejar el Ejército y él lo hizo por complacerla.
Volvió a Estados Unidos con ella en 1954. Poco después fue destinado a Fort Dix, donde nació su hija Judy en 1955 con un defecto físico en la cadera.
DeSalvo dejó el Ejército en 1956 con un honorable licenciamiento, gracias a que no se llevó a cabo una denuncia de perversión a una niña de 9 años. Volvió a Chelsea. Su hijo Michael nació poco después en Malden, un suburbio de Boston.
Aunque tenía un trabajo y un hogar, cuando se encontraba sin dinero Albert volvía a robar en alguna casa. En 1958 fue arrestado dos veces y en ambas ocasiones obtuvo una condena en suspenso.
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Hombre hogareño
Durante su matrimonio, DeSalvo siempre intentó no parecerse a su padre tirano y borracho. Moderado en todo, menos en su enfermiza lascivia, siempre le gustó pasar mucho tiempo en casa con su mujer y los niños. Era dócil y servicial con Irmgard, se dirigía a ella como su superior social. Siempre estuvo orgulloso de su pasado como miembro de una familia alemana, moral y de clase media.
Los implacables deseos de Albert hastiaron a Irmgard; ella empezó a rechazarle, especialmente a partir del nacimiento de su hija Judy, lo que le llevó a iniciar su carrera como «el Medidor».
Judy nació con la cadera deformada. Albert sentía que de alguna forma su mujer le culpaba por ello. Desde los dos años la pequeña tuvo que llevar aparatos ortopédicos que DeSalvo decoraba con grandes lazos.
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El medidor
Una noche, a finales de los años 50, DeSalvo vio en un show televisivo de Bob Cummings a un fotógrafo que hacía pruebas a las chicas para convertirlas en modelos, para lo cual tenía que tomar sus medidas.
Esto impresionó a Albert y pensó que sería una buena excusa para acercarse a chicas jóvenes. Empezó a recorrer las zonas estudiantiles de Boston buscando apartamentos compartidos por jovencitas. Se las ingeniaba para entrar diciendo que era representante de una agencia de modelos.
Algunas veces sus halagos y encantos le permitieron seducir a algunas. A otras sólo les tomaba las medidas, prometiendo que un ejecutivo de la agencia vendría para contratarlas. Nunca las atacó y las únicas quejas que recibió la policía estaban motivadas por que la prometida visita no se producía.
DeSalvo fue arrestado en 1961 tras actuar sospechosamente en Cambridge, Massachusetts. Fue acusado de allanamiento de morada con agravantes, además de «obsceno» con conducta lujuriosa. Pasó once meses en prisión y fue puesto en libertad en 1962.
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Conversación entre reclusos
En febrero de 1965 tuvo lugar un raro encuentro entre dos internos del Hospital Estatal de Bridgewater. Uno de ellos era George Nassar, un peligroso criminal de 33 años que estaba en observación, en espera de juicio, por un asesinato particularmente violento. El otro era Albert DeSalvo, un insignificante criminal de 34 años con un carácter apacible, conocido por sus alardes y vanaglorias sexuales.
A principios de noviembre de 1964 fue arrestado por asaltar sexualmente a varias mujeres de Massachusetts y Connecticut. Los ataques eran conocidos como los crímenes del «Green Man» (Hombre verde), porque DeSalvo vestía siempre ropa de trabajo de color verde. Enviado al psiquiatrico penitenciario de Bridgewater para someterle a observación, se encontró compartiendo una celda con George Nassar.
Un día Albert interrumpió sus alardes sexuales para preguntarle a Nassar algo que le rondaba por la cabeza: «George, ¿qué ocurriría si un tipo fuera encarcelado por robar un banco, si en realidad hubiera robado trece?» Nassar contestó sin darle importancia y DeSalvo se marchó. Unos días después, se le acercó otra vez y le dijo: «Creíste que fue una pregunta estúpida, pues bien … »
Los detalles exactos de aquella conversación nunca se conocerán, pero fueron suficientes para convencer a Nassar de que su compañero era el Estrangulador. Motivado por su sospecha y seducido por los 10.000 dólares de recompensa, se puso en contacto con su abogado, Lee Bailey. Aunque éste al principio se mostraba reacio a verse involucrado en el tema, acabó dejando que su cliente le convenciera de que DeSalvo quería verle y de que concertara una cita con él.
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La confesión
El 4 de marzo, un tanto escéptico ante aquella situación, el abogado fue a Bridgewater para encontrarse con Albert por primera vez. El hombre que le recibió medía alrededor de 1,72 m, tenía el pelo largo y una nariz afilada y puntiaguda. La voz era clara y aguda y los modales sinceros y encantadores. Su apariencia simpática combinada con un aspecto perfectamente olvidable, le convertían en opinión de Bailey, en el sospechoso idóneo de los asesinatos. No era difícil comprender cómo se las habría ingeniado este hombre para entrar en los apartamentos de las mujeres y salir, luego, pasando totalmente desapercibido.
En la entrevista grabada que mantuvieron, DeSalvo confesó no sólo los 11 asesinatos conocidos, sino dos más de los que la policía no sabía nada. El de Mary Brown, golpeada y apuñalada en su apartamento Lawrence el 9 de marzo de 1963, y el de una mujer de 80 años que, aparentemente, murió de un ataque al corazón en sus brazos. DeSalvo no podía recordar su nombre ni la fecha del asesinato (investigaciones posteriores revelaron que se llamaba Mary Mullen, asesinada el 28 de junio de 1962).
Con voz serena y flemático, DeSalvo dio detalladas descripciones de los crímenes, incluyendo partes que no habían llegado a la opinión pública. Fue capaz de afirmar tranquila y correctamente que la puerta de Patricia Bissette abría hacia afuera. Dibujó bocetos exactos de los 13 apartamentos en los que tuvieron lugar los hechos, y habló sobre «el nudo del Estrangulador», explicando que era el nudo que utilizaba siempre para atar las piezas ortopédicas móviles en la deformada cadera de su hija Judy. Le gustaba hacer un gran lazo para hacerla reír.
A excepción de uno o dos errores, las descripciones de DeSalvo eran casi perfectas. Bailey, convencido de haber encontrado al Estrangulador, llamó al teniente Donovan y le invitó a que escuchara la grabación. Tan pronto como escuchó aquella cinta, Donovan contactó con la oficina del Fiscal General.
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Sin pruebas
Los investigadores se vieron ante un gran dilema. A pesar de la exactitud de los informes del supuesto asesino y de su evidente ansiedad por confesar, no había ninguna prueba legal para condenarle. El Estrangulador no dejó huellas que pudieran compararse con las de DeSalvo y no había ningún testigo ocular. La única superviviente de los ataques, la camarera alemana, se comprobó que era incapaz de identificarle, y ninguno de los vecinos de las víctimas pudo reconocerle en las fotografías.
Debido a la ausencia total de pruebas, la culpabilidad del confeso debía ser demostrada. Hasta entonces sus declaraciones habían sido hechas de un modo puramente informal y nadie podía estar seguro de si estaba diciendo la verdad o no. Se decidió que DeSalvo debería someterse a un interrogatorio formal, que llevaría a cabo Bottomly, con respecto a los 13 asesinatos. Tendría la garantía de que nada de lo que dijera podría ser utilizado contra él en el juicio. Agentes de la policía y detectives de zona comprobarían minuciosamente cada dato. Si se averiguaba que había dicho la verdad y era declarado competente para someterse a juicio, unos psiquiatras le examinarían para determinar su estado mental cuando cometió los asesinatos.
En caso de que le encontraran mentalmente capaz de ser juzgado, haría una confesión formal que pudiera ser utilizada en el juicio, donde suplicaría un veredicto de no culpabilidad con la esperanza de ser confinado en una institución mental. Pero si durante el juicio era declarado sano (lo que significaría ejecución) no existiría confesión válida y todos los precedentes tomados en su contra se detendrían. Tendría su inmunidad asegurada. DeSalvo estuvo de acuerdo.
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La «urgencia» de matar
Durante la primavera, verano y otoño de 1965, DeSalvo se encontró con Bottomly semanalmente, en presencia de un tercer individuo como testigo. Se desahogó contando las historias de sus asesinatos. Estaba, al parecer, deseoso por confesar, con la esperanza de que el hacerlo le ayudaría a entenderse a sí mismo. Se esmeró en relatar cada estrangulamiento al detalle.
La mayoría de los asesinatos ocurrieron en fines de semana porque «siempre podía salir de casa el sábado, diciéndole a su esposa que tenía que ir a trabajar». Una vez fuera de la casa, DeSalvo describió cómo conducía por las afueras sin ningún propósito fijo. Iba en su Chevrolet Coupé del 54 color verde, hasta que lo que DeSalvo describió como «la urgencia» de matar se apoderaba de él y tenía que actuar. En sus acciones no existía en absoluto un plan premeditado.
Escogía un edificio al azar y llamaba a cualquier timbre en el que figurara el nombre de una mujer. No tuvo ninguna dificultad en ingeniárselas para entrar en los apartamentos, con la excusa de tener que realizar algún trabajo de mantenimiento o de decoración.
Tras unos minutos de conversación, le poseía un irracional e irreprimible urgencia de matar. Parecía suceder en el momento en que la víctima le daba la espalda. Describió esta sensación con todo detalle en el caso de Nina Nichols: «Al volverse de espaldas y ver su nuca… me ponía a tope… Todo hervía dentro de mí. Antes de que se diera cuenta, había puesto un brazo alrededor de su cuello y… así sucedía.»
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Las declaraciones
Un tema constante en los interrogatorios era la total mistificación de su propia conducta. «No había nada en Anna Slesers que pudiera interesar a ningún hombre… ¿por qué lo hice?» Cuando le preguntaron por qué había desordenado los apartamentos, no pudo dar una respuesta satisfactoria. «Eso es lo que me gustaría averiguar a mi también», contestaba. Estaba igual de confuso ante el porqué había dejado a Ida Irga con los pies metidos en los huecos del respaldo de las sillas. «Simplemente lo hice», dijo a modo de explicación.
En muchas de sus declaraciones DeSalvo se distanciaba completamente de sí mismo, como si estuviera hablando de otra persona. Claro ejemplo de esto fue el relato de cómo estuvo a punto de asesinar a una joven antes que a Anna Slesers. «Miré al espejo de la habitación y allí estaba yo estrangulando a alguien. Caí de rodillas, me santigüé y recé. ¡Oh, Dios!, ¿qué estoy haciendo?, soy un hombre casado, padre de dos criaturas. ¡Oh, Dios, ayúdame! Era como si no fuera yo… era como si fuera otra persona la que estaba viendo. Me fui de allí.»
Cuando hablaba sobre Patricia Bissette (la única víctima que fue hallada cubierta y sin desnudar) decía: «Ella era tan distinta… No quería verla así, desnuda… Me habló como a un hombre y me trató como tal… Recuerdo que la cubrí mientras todo sucedía.»
Unas veces se mostraba profundamente reacio a discutir los crímenes. Otras, estaba totalmente tranquilo e indiferente, como cuando describió lo que hizo tras el asesinato de Joann Craff. «Cené, me lavé, jugué con los niños y vi la televisión.»
Al crecer en DeSalvo la confianza en Bottomly, admitió que durante un tiempo esa «urgencia» de matar había sido un verdadero problema. «Esta cosa hirviendo dentro de mí… todo el tiempo… sabía que no podía controlarlo.» Explicó que si había decidido confesar fue porque había leído una declaración del Gobernador Peabody que decía que el Estrangulador no sería ejecutado, sino enviado a una institución psiquiátrica para su tratamiento.
Su extraordinaria declaración finalizó el 29 de septiembre de 1965. Las investigaciones policiales habían revelado que había dicho la verdad en todo momento y que conocía detalles que nunca se habían hecho públicos. En aquel momento les quedaban pocas opciones, aparte de creer que aquel hombre que tenían ante sí, era sin duda alguna, el Estrangulador de Boston.
Al inspeccionar sus archivos, las ironías del caso resultaron evidentes. Tras la gigantesca caza que habían llevado a cabo, el asesino resultó ser alguien que había estado permanentemente en sus archivos, pero pasó desapercibido porque estaba fichado en la categoría de «allanamientos» en lugar de en la de «ofensas sexuales».
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Una situación increíble
Lee Bailey vio el caso de DeSalvo como un tremendo reto. No quería verle libre pero tampoco en la silla eléctrica; creía que lo mejor para él era una institución psiquiátrica en la que los médicos pudieran analizarle y ayudarle. En su opinión, un juicio sería la única forma de establecer jurídicamente que Albert era el Estrangulador. Sólo si esto sucedía, el acusado recibiría la atención médica adecuada.
Sin embargo, se enfrentaba a una dificultad legal. Los psiquiatras habían declarado que el sujeto en cuestión estaba perturbado cuando cometió los asesinatos, pero según las reglas del nuevo Tribunal Supremo, la acusación no estaba dispuesta a permitir que DeSalvo confesara alegando enajenación mental.
En una brillante pirueta legal, Lee Bailey permitió que DeSalvo fuera juzgado por los crímenes de «el hombre verde». Los psiquiatras podrían entonces testificar a favor de su dolencia. Todavía podía ser declarado legalmente perturbado sin tener que ser ejecutado.
El caso apenas tenía precedentes en la historia jurídica. La responsabilidad de probar su culpabilidad recaía en la defensa. Como Bailey dijo más tarde: «Nos encontramos ante una situación realmente increíble. Debemos probar su culpabilidad sin proporcionar al Estado una sola prueba legal. Albert tiene que conseguir librarse de la silla eléctrica».
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Los crímenes de «El hombre verde»
Durante nueve meses, tras el asesinato de Mary Sullivan, Albert cometió una serie de ataques sexuales (más de 300 en total) a lo largo de Connecticut, Massachusetts, New Hampshire y Rhode Island. El asaltante empezó a ser conocido como el «Hombre Verde» debido a los pantalones de faena verdes que llevaba puestos cuando cometía los crímenes.
En su personalidad del «Hombre Verde», DeSalvo penetraba en los apartamentos de la mujeres, abriendo las cerraduras con unas tiras de polietileno recortadas de los botes de detergente de su casa. Una vez dentro ataba a las mujeres en las camas y, a punta de navaja, abusaba de ellas y en ocasiones las violaba. Muchas veces pedía perdón y se iba antes.
Una de sus víctimas, una joven de 20 años de Cambridge, le identificó en los archivos de la policía como «el Medidor». DeSalvo fue arrestado el 6 de noviembre de 1964.
Fue enviado al hospital estatal de Bridgewater en observación. El 10 de diciembre volvió a la cárcel de Cambridge. Mientras estuvo allí mostró una conducta desordenada con tendencias suicidas y fue reenviado al psiquiátrico como enfermo mental en febrero de 1965. En Bridgewater, DeSalvo lo confesó todo sobre los estrangulamientos.
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Motivos desconocidos
DeSalvo siempre declaró que no comprendía por qué había matado, aunque a veces culpaba a su mujer, a su educación y a sí mismo. Su desconcierto sobre los motivos era un tema constante en las declaraciones. Repetía que quiso testificar para intentar comprender la naturaleza de sus impulsos y poder ser liberado de ellos. Cuando hablaba de los crímenes solía hacerlo en tercera persona, como si sólo hubiera sido un impotente observador de cuanto sucedía, en lugar del auténtico y único asesino.
Los psiquiatras que habían intentado proporcionar un perfil psicológico del Estrangulador antes de su arresto, estaban tan confusos como DeSalvo. La mayoría creyó que había por lo menos dos asesinos actuando. Uno era tímido, introvertido y poco sexual. Posiblemente un homosexual que mataba a las ancianas para vengarse personalmente de la madre dominante que odiaba. El otro era un violador convencional, particularmente brutal, un solitario que quería reafirmar su poder sobre las mujeres, motivado tal vez por un rechazo sexual.
Cuando DeSalvo admitió los crímenes, multitud de teorías se evaporaron. Quería profundamente a su madre, aunque sintió que le había fallado al no protegerle de la violencia de su padre, y lejos de ser un solitario era un hombre de familia. Además, según reconoció él mismo, no era precisamente la suya la biografía de un hombre que asesinara por una lascivia frustrada.
La diferencia de edad de las víctimas, dato que tenía obsesionados a los psiquiatras, era, según el acusado, una mera coincidencia tan accidental como las otras conexiones que había entre las víctimas: los hospitales y la música clásica. Había seleccionado las víctimas al azar por los nombres que figuraban en los timbres de las puertas.
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Obsesionado por las mujeres
DeSalvo estaba obsesionado por las mujeres, no por las jóvenes, ancianas o chicas guapas, sino por las mujeres en general. Bajo todas las máscaras («el Medidor», «el Hombre verde» y «el Estrangulador») entraba en los apartamentos con la intención de mantener algún tipo de contacto sexual con ellas. Sólo en 15 ocasiones, en un período de menos de dos años, intentó asesinar. Una vez falló porque se vio a si mismo en un espejo y no pudo seguir adelante.
Los asesinatos comenzaron poco tiempo después de que «el Medidor» fuera puesto en libertad. Esto sucedió en la época en que Irmgard le rechazó sexualmente. Según su relato sobre los asesinatos, el gatillo se disparaba siempre cuando la víctima, una mujer, le volvía la espalda. Al hacerlo despertaban en él un sentimiento de odio incontrolable. Aquel odio provenía de sensaciones de rechazo. En el caso de Beverley Samans, uno de los asesinatos más salvajes, contó que sus constantes súplicas de «no lo hagas», le recordaban la forma en que su esposa le repudiaba.
Toda su vida había intentado superarse, hacerse mejor. Tanto en la escuela como en el Ejército se identificaba a sí mismo con figuras autoritarias. Se había casado con una mujer de clase social superior, pero fue inútil. Nunca se sintió aceptado. Siempre la había tratado con respeto y ella, decía DeSalvo, «hace que me sienta un don nadie… que sienta complejo de inferioridad».
Quizás, en el fondo, la única característica que compartían todas las víctimas, su respetabilidad de clase media, fue lo que las costó la vida. Desde luego, cuando hablaba de su carrera como «el Medidor», dejó bien claro que era un hombre mal educado que se las había ingeniado para burlar y timar a jóvenes universitarias, diciendo: «Creen que son mejores que yo. Todas eran jóvenes universitarias, y yo no tuve nada en mi vida, pero he sido más listo que ellas. »
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Análisis hipnótico
En un intento de conocer las motivaciones de DeSalvo, Lee Bailey consiguió que Albert acudiera a las sesiones del doctor William Bryan, especialista en analizar personas bajo el efecto de la hipnosis.
En la primera sesión el doctor le dijo a DeSalvo que le relatara el asesinato de Evelyn Corbin, su novena víctima. Cuando describía cómo la colocó en la cama, DeSalvo mostró evidentes signos de agotamiento. De pronto, le contó cómo le daba masajes a su hija Judy en el muslo para que se encontrara mejor. Bryan interpretó estos hechos como que tenía que maltratar a las personas para ayudarlas.
Al día siguiente, DeSalvo fue hipnotizado de nuevo y no tardó en entrar en el sueño narrativo. De repente se paró en seco en medio de una palabra. El médico estaba seguro de que esto se relacionaba con el tema de la manipulación de objetos. Sugirió a DeSalvo que cada estrangulamiento representaba, sustancialmente, sus intentos de ayudar a su hija y que la pequeña representaba la razón por la cual su mujer había dejado de amarle.
Siguió adelante y susurró al oído de DeSalvo: «Cada vez que matabas estabas asesinando a Judy, ¿no es verdad?», el criminal gritó mientras agarraba con sus manos la garganta del hipnotizador: «Es usted un mentiroso».
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Declarado competente
El 30 de junio de 1966, Albert DeSalvo asistió a una vista preliminar en el juzgado del condado de Middlesex, al este de Cambridge, para que se dictaminara su competencia para someterse a juicio por los crímenes de «el Hombre verde». Bailey pensaba que el acusado sólo podría recibir la ayuda médica que requería sometiéndose a juicio y consiguiendo un veredicto de no culpabilidad por enajenación mental. Sin embargo, en este caso, los cargos en cuestión eran atraco a mano armada y atentado contra el pudor. Los estrangulamientos podían ser mencionados implícitamente pero no tendrían relación directa con el caso.
Tras el testimonio de los psiquiatras, cuyas opiniones sobre la competencia de DeSalvo estaban divididas, el acusado subió al estrado. Cuando Bailey le preguntó si quería recibir ayuda médica, DeSalvo contestó: «lo que he pedido siempre es ayuda médica, pero aún no he recibido ninguna».
Posteriormente, el abogado de la acusación pública y ayudante del Fiscal del Distrito del Condado de Middlesex, Donald Conn, le interrogó, recalcando su deseo de decir toda la verdad sobre su pasado sin importarle lo que ocurriera. «Sentía que no podía seguir viviendo conmigo mismo… a mi manera quería liberar todo lo que llevaba dentro, la verdad. Sean cuales sean las consecuencias, las aceptaré porque siempre he querido contar la verdad.»
El 10 de julio, el juez que presidía la vista, Horace Cahill, declaró a DeSalvo competente para someterse a juicio. Al día siguiente fue conducido ante el juez George Ponte en el mismo juzgado donde había suplicado su veredicto de no culpabilidad. Fue encarcelado sin fianza en Bridgewater en espera de juicio por los crímenes de «el Hombre verde».
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El juicio
Seis meses después, el 9 de enero de 1967, comenzó el juicio en el mismo condado. DeSalvo fue acusado de robo a mano armada y atentado contra el pudor. Su alegato era de no culpabilidad en virtud de la enajenación mental.
Como en la vista preliminar, el fiscal era Donald Conn. Los testigos de cargo eran cuatro mujeres que habían sido víctimas de «el Hombre verde». Sus identidades se guardaron en secreto dada la naturaleza íntima de las pruebas involucradas. Reacias y bastante turbadas por la situación, las mujeres describieron como las ató, violó y humilló a punta de navaja.
Los principales peritos de la defensa presentados por Bailey eran dos psiquiatras, el doctor Robert Ross Mezer, de Boston, y James Brussel. Aunque DeSalvo sólo estaba siendo juzgado por las fechorías de «el Hombre verde», era su misión sacar a relucir los estrangulamientos como parte de sus antecedentes psiquiátricos. Todo el caso de Bailey dependía de los dos diagnósticos de esquizofrenia. En su opinión, cuando se hablara al jurado de los estrangulamientos no dejarían de considerar a DeSalvo un enajenado mental, aunque estos crímenes no fueran, directamente, parte del juicio.
Para resumir el caso, la acusación, Donald Conn, describió al acusado como un astuto criminal que fingía síntomas de enfermedad mental con la esperanza de ser recluido en una institución psiquiátrica de la que le sería fácil salir en unos cuantos años. En una intervención señaló gritando al jurado: «Es mi deber para con mi esposa, con las de todos ustedes y con cada mujer que pudiera ser víctima de este hombre, tachar su conducta de lo que es: una viciosa conducta de criminal. No dejen que este hombre se burle de ustedes delante de sus narices.»
Las últimas puntualizaciones de Bailey fueron igualmente apasionadas, al hacer una súplica para que el acusado fuera declarado enajenado mental y poder así enviarle a un hospital psiquiátrico y recibir el tratamiento adecuado. «No sólo por su propio beneficio -dijo Bailey-, sino también para conseguir una mayor comprensión de este tipo de crímenes en el futuro.» «Este hombre, Albert DeSalvo, es un fenómeno, una oportunidad única para ser estudiada. Nunca hemos tenido tal espécimen en cautividad. Debería ser sujeto de estudio para la Fundación Ford o una institución parecida.»
«Lo que estoy exponiendo con esto, no es una defensa, es un imperativo sociológico. Aparte de la moral, la religión, la ética o cualquier otra objeción para la pena de muerte, ejecutar a este hombre es un acto tan desmedido, barbárico e ignorante como lo fue quemar a las brujas de Salem.»
En su alegato final, el juez Cornelius Moynihan explicó al jurado que podían declararle culpable, no culpable o no culpable por enajenación mental. El juez Moynihan dijo también a los miembros del jurado que debían borrar de su cabeza todas las referencias a los estrangulamientos, diciéndoles «no se le juzga por homicidio».
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La sentencia
El 18 de enero, el jurado se retiró a deliberar. Estuvieron reunidos durante tres horas y cuarenta y cinco minutos. A las seis de tarde volvieron con su veredicto: Culpable.
Cuando se leyó el fallo del jurado, el juez consideró cuidadosamente la sentencia. El abogado explicó que el deseo de DeSalvo era que le encerraran de por vida y que «la sociedad fuera protegida de él».
El estrangulador fue sentenciado a cadena perpetua y fue devuelto al hospital de Bridgewater en espera de que le enviaran definitivamente a una prisión de máxima seguridad. Para Lee Bailey, James Brussel y muchos otros interesados en el caso, la decisión fue un tremendo error. A pesar de su nombre, Bridgewater (hospital del puente sobre las aguas), en realidad era más una prisión que un hospital. Además, Bridgewater no contaba con personal adecuado, lo que hacía concebir pocas esperanzas de que DeSalvo recibiera la atención que necesitaba.
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La fuga
El 24 de febrero de 1967, poco antes de las seis y cuarto de la mañana, Albert DeSalvo se fugó del Hospital Estatal de Bridgewater con dos compañeros más: Frederick Erickson y George Harrison, convictos por asesinato y robo a mano armada, respectivamente.
Se creía que los tres hombres, que tenían celdas adyacentes, utilizaron una llave fabricada por ellos mismos. Uno de ellos la metió en la cerradura desde dentro y abrió la puerta. Una vez fuera abrió las puertas de las celdas de sus compañeros. Bajaron deslizándose por el hueco de un ascensor en construcción en la parte externa del edificio. Después escalaron un muro de 3,5 metros colocando un andamio contra él.
Los tres hombres fueron capturados 36 horas más tarde. Erickson y Harrison fueron encontrados en un bar de Waltham, un barrio cercano. DeSalvo telefoneó a Bailey desde una tienda de ropa en Lynn y se entregó.
Los dos hermanos DeSalvo, Joseph y Richard, fueron arrestados posteriormente por complicidad en el intento.
Por lo que respecta al recluso, no cabía ninguna duda de que su fuga del hospital de Bridgewater era un grito de socorro. Había dejado una nota en la celda pidiendo perdón por su fuga y explicando que «se iba porque quiso recibir ayuda y nadie hizo nada por él».
El psiquiatra James Brussel, por primera vez, estaba convencido de que aquel sujeto estaba diciendo la verdad. En su opinión, DeSalvo estaba «simple y honestamente desconcertado de su propia naturaleza y quería ayuda en la búsqueda de explicaciones. Su fuga era una forma de llamar la atención del público sobre su situación».
A pesar de la histeria reinante entre la prensa y la opinión pública, Albert se entregó 38 horas después. Llamó desde una tienda de ropa a la oficina a Bailey, diciendo: «Se acabó, llevadme de vuelta.»
En una improvisada rueda de prensa celebrada tras su arresto, explicó las razones de su fuga. «No molesté a nadie y nunca lo haré. No quise hacer daño a nadie. Lo hice para reclamar la atención pública sobre el caso de un hombre que tiene una enfermedad mental, contrata un abogado y nadie hace nada para ayudarle.»
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Asesinado en prisión
Debido a una trágica y errónea manipulación del caso, Albert DeSalvo fue inmediatamente trasladado del hospital estatal de Bridgewater a la prisión de máxima seguridad de Walpole, Massachusetts, de donde no había posibilidad de escapar y donde pasaría el resto de sus días.
Seis años después, la historia del Estrangulador de Boston acabó tan misteriosamente como había comenzado. El 25 de noviembre de 1973, Albert DeSalvo fue hallado muerto en su celda de la prisión de Walpole. Había sido apuñalado seis veces en el corazón durante una supuesta «reyerta» en la prisión. Sus compañeros de presidio en la prisión de Walpole cerraron filas y se negaron a revelar la identidad del atacante.
Su asesino nunca fue encontrado.
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Las películas del Estrangulador
Como ha ocurrido con otros casos famosos, los estrangulamientos, y más concretamente DeSalvo, fueron la fuente de inspiración de un gran número de películas. Dos de las más famosas fueron realizadas tan sólo un año después del juicio, en 1968.
«El Estrangulador de Boston», dirigida por Richard Fleischer, con Tony Curtis en el papel de Albert y apoyado por un reparto que incluía a Henry Fonda y a George Kennedy, no fue totalmente objetiva, pero siguió con rigor los asesinatos y trató de analizar la personalidad de DeSalvo.
Se adoptó una línea más ligera en la comedia negra «Así no se trata a una dama» («No way to treat a lady»), dirigida por Jack Smigt. En ella Rod Steiger interpretaba a un asesino reincidente de mujeres.
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Fechas clave
14/06/62 – Anna Slesers, 55 años, estrangulada.
30/06/62 – Nina Nichols, 68 años, estrangulada.
30/06/62 – Helen Blake, 65 años, estrangulada. El cuerpo fue hallado el 2 de julio.
02/07/62 – El comisario McNamara convoca una comisión para investigar los asesinatos.
21/08/62 – Ida Irga apareció estrangulada. Se ocultaron detalles a la opinión pública.
30/08/62 – Jane Sullivan estrangulada.
05/12/62 – Sophie Clark, estrangulada.
31/12/62 – Patricia Bissette, estrangulada.
06/05/63 – Beverly Samans, estrangulada y apuñalada.
08/09/63 – Evelyn Corbin, estrangulada.
23/11/63 – Joann Graff, estrangulada.
04/01/64 – Mary Sullivan, estrangulada.
11/64 – DeSalvo fue arrestado por los cargos que había contra «El hombre verde».
02/65 – DeSalvo habla con Nassar en el hospital psiquiátrico de Bridgewater.
04/03/65 – DeSalvo conoce al abogado Lee Bailey.
03/09/65 – DeSalvo lo confiesa todo a Lee Bailey.
29/06/65 – La policía decide que DeSalvo y el estrangulador son la misma persona.
30/06/66 – Se abre la vista preliminar sobre el caso DeSalvo.
11/07/66 – DeSalvo es declarado competente para someterse a juicio.
09/01/67 – Se inicia el juicio contra «El hombre verde».
18/01/67 – DeSalvo es declarado culpable e internado en el Hospital Bridgewater.
24/02/67 – DeSalvo se fuga de Bridgewater.
26/02/67 – DeSalvo se entrega y es trasladado a la prisión de Walpole.
26/11/73 – DeSalvo es hallado muerto a cuchilladas en su celda.
Albert DeSalvo
Última actualización: 13 de marzo de 2015
La policía de Boston anunció el 9 de julio de 1999 que iban a revisar el caso del estrangulador de Boston, usando tecnología DNA para analizar las evidencias de los crímenes para probar de una vez por todas si Albert DeSalvo fue responsable de los asesinatos. Sin embargo, la mayoría de las muestras han desaparecido. El cuchillo usado para asesinar a DeSalvo, que también puede contener muestras de DNA, tampoco ha aparecido.
Víctimas
Última actualización: 13 de marzo de 2015
14 de junio de 1962 / Back Bay / Anna Slesers / 55 años
28 de junio de 1962 / Back Bay / Mary Mullen / 80 años
30 de junio de 1962 / Greater Boston / Nina Nichols / 68 años
30 de junio de 1962 / Lynn / Helen Blake / 65 años
19 de agosto de 1962 / West End / Ida Irga / 75 años
20 de agosto de 1962 / Dorchester / Jane Sullivan / 67 años
5 de diciembre de 1962 / Back Bay / Sophie Clark / 20 años
31 de diciembre de 1962 / Back Bay / Patricia Bissette / 23 años
9 de marzo de 1963 / Lawrence / Mary Brown / N/A
6 de mayo de 1963 / Cambridge / Beverly Samans / 23 años
8 de septiembre de 1963 / Salem / Evelyn Corbin / 58 años
23 de noviembre de 1963 / Lawrence / Joann Graff / N/A
4 de enero de 1964 / West End / Mary Sullivan / 19 años
Enlace:
https://www.reporteconfidencial.info/2021/10/29/historias-de-crimenes-reales-el-estrangulador-de-boston/
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