"La historia de Brian" ...1.979 ... pelicula condenada ... luego sucede lo contrario.

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Once concilios municipales prohibieron la película por blasfemia. Noruega e Irlanda hicieron lo mismo. Y entonces Suecia respondió con uno de los anuncios más legendarios de la historia del cine:
“Tan divertida que fue prohibida en Noruega.”
Era 1979 cuando Monty Python estrenó Life of Brian, una sátira sobre un hombre común —Brian Cohen— que nace en un pesebre vecino al de Jesús y, por puro malentendido colectivo, es confundido con el Mesías. Para el grupo cómico, la película era una crítica irónica a la rigidez del fundamentalismo religioso y a las grandes superproducciones bíblicas de Hollywood de los años cincuenta.
Pero muchos sectores religiosos vieron algo distinto: vieron blasfemia. Y reaccionaron en consecuencia.
Cuando la película llegó a Estados Unidos en agosto de 1979, los cines se llenaron de protestas. Michael Palin recordaría después haber visto “¡monjas con pancartas!” frente a las salas. El Rabbinical Alliance la calificó de “repugnante y blasfema”. El Lutheran Council la llamó “parodia profana”. La Oficina Católica de Vigilancia Cinematográfica declaró que verla era un pecado.
La comedia había tocado un nervio expuesto.
Al aterrizar en el Reino Unido, la indignación escaló todavía más.
La British Board of Film Classification le otorgó una certificación AA, lo que permitía que adolescentes de 14 años asistieran. Pero la ley británica concedía a los ayuntamientos la potestad de anular esa decisión. Y lo hicieron, en masa.
Para comienzos de 1980, 11 concejos habían prohibido la película por completo en sus jurisdicciones. Otros 28 elevaron la clasificación a X, restringiéndola solo a mayores de 18 años. Como los distribuidores se negaban a proyectarla con esa categoría, el resultado práctico fue que Life of Brian quedó vetada en esos lugares.
En total, 39 concejos británicos impidieron que la película se exhibiera.
La paradoja adquirió tintes absurdos.
Algunos concejos prohibieron la película sin haberla visto. Durante una entrevista televisiva, un miembro del Harrogate Council admitió que su decisión se basó por completo en lo dicho por el Nationwide Festival of Light, un grupo cristiano evangélico. Ni él ni varios de sus colegas habían visto un solo fotograma. Y algunos concejos, en un remate casi cómico, ¡ni siquiera tenían cines en su territorio!
A la cabeza de la cruzada estaba Mary Whitehouse, activista conservadora famosa por sus campañas contra The Exorcist y Doctor Who. Organizó peticiones, distribuyó panfletos y picketeó los cines que se atrevían a proyectar la película. Su convicción era férrea: para ella, la sátira era una amenaza moral.
Los ciudadanos, sin embargo, empezaron a ver el ridículo de la situación.
Cartas de lectores inundaron los periódicos burlándose de las prohibiciones. Una enviada al Harrogate Advertiser, cargada de sarcasmo, celebraba la “valerosa acción” del concejo por prohibir una película que el propio autor admitía no haber visto:
“No desde el emperador Nerón se ha presentado tal amenaza contra el cristianismo… Sin duda, si se mostrara en Harrogate, nuestra civilización cristiana se derrumbaría de la noche a la mañana, las ancianas serían vendidas a traficantes de esclavos, habría sacrificios humanos en la Stray, y hordas de jóvenes pervertidos incendiarían nuestras iglesias.”
Pero las prohibiciones siguieron multiplicándose.
Irlanda la prohibió inmediatamente: el censor Frank Hall no dudó ni un segundo. El veto duró ocho años, hasta 1987.
Noruega la prohibió por violar la Sección 142 de su legislación, que sancionaba los insultos a grupos religiosos. El veto duró un año.
Singapur, Sudáfrica y Chile también la censuraron.
La controversia llegó a tal punto que John Cleese y Michael Palin aparecieron en televisión para defender la película frente al escritor Malcolm Muggeridge y el obispo de Southwark, Mervyn Stockwood. Ambos críticos religiosos ridiculizaron a los Python, acusándolos de blasfemos y oportunistas. Palin, normalmente amable y calmado, parecía a punto de perder la paciencia… con un obispo.
La ironía era monumental:
En la película, Jesús aparece de forma respetuosa durante el Sermón de la Montaña.
Los Python nunca satirizaron a Cristo. Satirizaron a quienes malinterpretan, manipulan o buscan desesperadamente líderes que piensen por ellos. Brian no es Jesús; es simplemente un vecino atrapado por la histeria colectiva.
Y entonces sucedió algo inesperado:
las prohibiciones no mataron la película. La hicieron gigantesca.
Cada veto generó titulares.
Cada protesta dio más publicidad.
Cada decisión municipal se convirtió en promoción gratuita.
Personas que jamás habían escuchado de la película querían verla. Querían saber qué era tan ofensivo como para desatar semejante pánico moral.
Los propios Python admitieron después que Mary Whitehouse, con su campaña, les ayudó a llenar los cines.
Después vino Suecia, con su jugada maestra.
Mientras otros países vetaban la película, los suecos lanzaron un eslogan brillante en los pósters publicitarios:
“¡Tan divertida que fue prohibida en Noruega!”
Era perfecto. Irreverente, ingenioso y absolutamente irresistible. Transformó la censura en una forma de recomendación.
El resultado fue espectacular.
Life of Brian se convirtió en la cuarta película más taquillera del Reino Unido en 1979.
En Estados Unidos fue la película británica más taquillera del año, con más de 19 millones de dólares recaudados.
El escándalo que debía destruirla acabó catapultándola a la historia del cine.
Las prohibiciones persistieron durante décadas.
Swansea no levantó su veto hasta 1997.
Torbay Council se mantuvo firme hasta 2008.
Y en un delicioso giro del destino, cuando Aberystwyth finalmente levantó su prohibición en 2009, la alcaldesa que presidió la decisión era Sue Jones-Davies, la actriz que interpretó a Judith Iscariote en la película.
Hoy, Life of Brian aparece regularmente en listas de las mejores comedias de todos los tiempos.
En 2019, la British Board of Film Classification rebajó su clasificación a 12A.
Lo que alguna vez requirió tener 14 —o incluso 18— años, ahora puede verse con un adulto a partir de los 12.
El caso se estudia hoy como un ejemplo clásico del Efecto Streisand, cuando los intentos de suprimir algo provocan exactamente lo contrario: convertirlo en fenómeno.
La gran lección para quienes buscan prohibir, censurar o silenciar lo controvertido:
podrían estar creando el mejor anuncio del mundo.
O, como dirían los Python:
Always look on the bright side of life.
 

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