Los niños al gato lo llamaron Room 8.
 
Mientras un profesor explicaba una lección, un gato atigrado, delgado y hambriento cruzó la puerta, se instaló en el centro de la clase y comenzó a acicalarse con la calma de quien no pide permiso. Los estudiantes lo miraban fascinados ante un profesor que no supo qué hacer. Le dieron un poco de leche, y el gato pasó el día entero en clase, sin causar alboroto, sin interrumpir, simplemente estando ahí. Cuando terminó la jornada, se levantó y se fue.
Al día siguiente volvió, y al siguiente también, dejando en claro que se había inscrito como un estudiante más.
Los niños lo llamaron Room 8, por el número del aula donde apareció por primera vez, y durante los siguientes 16 años el gato se volvería parte de la historia de la escuela y mucho más allá.
Room 8 tenía una rutina, llegaba cada mañana, recorría los pasillos, se instalaba en su aula, dormía en los rincones soleados, permitía caricias con elegancia y nunca causaba problemas. Era un alumno más, uno que no necesitaba hablar para estar presente.
Cada año, cuando se tomaban las fotos del anuario, Room 8 aparecía en el centro, sentado con la espalda recta, como si supiera que ese era su lugar. Y lo era.
Con el tiempo, su historia se volvió leyenda. En 1962, la revista LOOK lo llamó “el gato más famoso de América”. Empezaron a llegar cartas de todo el país, niños, adultos, maestros, todos escribían a Room 8. Le enviaban dibujos, juguetes, comida, le escribían como si fuera una celebridad.
Afortunadamente una profesora, le ofreció algo que nunca había tenido, un hogar frente a la escuela. Room 8 empezó a dormir allí por las noches, pero cada mañana cruzaba la calle para asistir a clase. 
Pero el tiempo comenzó a hacer lo suyo, Room 8 estaba envejecíendo. Se metió en una pelea y resultó herido. Cuando ya no podía caminar, los maestros lo cargaban en brazos para no dejarlo atrás.
El 11 de agosto de 1968, Room 8 murió en paz. Tenía más de 20 años. Los Angeles Times le dedicó un obituario de tres columnas, donde salía el gato en portada. Fue enterrado con honores, y no podía faltar el llanto de los esrudiantrs y de aquellos que crecieron a su lado y que conocian su historia en el país.
Porque Room 8 no era solo un gato, fue ese compañero silencioso que nunca faltaba, ese que no pedía nada y que lo daba todo. Durante 16 años enseñó a miles de niños algo que no estaba en los libros: cómo cuidar, cómo respetar, cómo aceptar sin condiciones.
Hoy su nombre sigue en los anuarios, en los recuerdos y en las fotos donde aparece en el centro.
Documentado por Elysian Heights Arts Magnet School, archivo del Los Angeles Times, revista LOOK y el libro infantil Room 8: The True Story of the School Cat. Este contenido es informativo y educativo.  
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