El ‘Frankenstein’ de Guillermo del Toro nos pide reconsiderar al monstruo.

 

Ensayo invitado

Una ilustración de un hombre hecho de piel cosida que está agachado y mira un frágil cráneo. En el fondo, se ven trozos de piel verde cosidos con grapas.
Credit...Ilustración por Sam Whitney/The New York Times

En los dos siglos transcurridos desde la publicación de la novela Frankenstein, una adaptación cinematográfica tras otra ha transformado a la criatura de Mary Shelley en un monstruo digno de ser una atracción de casa embrujada: bruto y verde. Las expectativas del público, como el tejido cicatricial que se ha ido acumulando con el tiempo, están ahora divorciadas de la visión de Shelley, hasta el punto de que muchos piensan que Frankenstein es puramente una historia de terror. Pero no lo es.

La nueva adaptación de Guillermo del Toro, que llega a Netflix este fin de semana, debe enfrentarse no solo a la novela, sino a su mutación cultural. ¿Cómo conciliará del Toro la criatura que creó Shelley y el monstruo en que se ha convertido?

La novela está inundada de las emociones grandiosas y tempestuosas que esperarías encontrar en las obras góticas, ese impulso romántico que hace que los héroes se desmayen, invadidos por fiebres recurrentes, y exclamen: “¡Cuán mutables son nuestros sentimientos, y cuán extraño es ese aferrado amor que tenemos a la vida incluso cuando estamos en la miseria!”. No es exactamente la prosa, el ritmo, la energía que ahora asociamos con el horror. Sin embargo, los horrores de Frankenstein son múltiples. Está el horror físico más obvio de la criatura —“una momia rediviva no podría ser tan espantosa como este miserable”— y las muertes violentas que se producen con el tiempo una vez que se enfrenta a su creador. Más difíciles de comprender y de filmar son los horrores de la negligencia y el abuso paternos, que constituyen el corazón palpitante de la novela.

La mutación de la criatura comenzó con la película de 1931 dirigida por James Whale, que estableció lo que solemos imaginar como la creación de Frankenstein —tiene una cabeza cuadrada y pernos a los lados del cuello— y convirtió a la criatura en un ser mayormente mudo. En una escena del inicio, el ayudante jorobado de Frankenstein roba por error un cerebro etiquetado como “anormal” de un laboratorio para utilizarlo en la creación del doctor. Así pues, la criatura de la película está marcada como corrompida desde el principio. No puede hablar correctamente, no puede pensar correctamente, no puede funcionar correctamente en la sociedad. En el relato de la película, nunca podrá ser otra cosa que un monstruo que debe ser destruido.

Pero aunque el Frankenstein de Whale se toma tremendas libertades, algunas de las horribles soledades de la novela, sus cavilaciones sobre la familia y el trauma, perduran. La novela de Shelley establece el daño agonizante causado a la criatura cuando Victor Frankenstein la abandona. La película de Whale, aunque invita al público a dar gritos ahogados de horror, es verdaderamente notable porque los tristes ojos de Boris Karloff captan el patetismo herido de la criatura. En una entrevista, Karloff dijo que su personaje era una “criatura torpe e indefensa” y atrapada “en un mundo extraño y hostil”. La desdicha, explica la criatura en la novela de Shelley, la ha convertido en un ser “malvado”; Karloff se inclinó por ese aire de miseria.

Sin embargo, las adaptaciones posteriores eliminaron lo que le quedaba de humanidad a la criatura y se enfocaron más en mostrar toda la sangre y vísceras que pudieron. A partir de 1957 y a lo largo de las dos décadas siguientes, Hammer Film Productions estrenó una serie de películas en las que un brillante científico crea repetidamente una criatura que estalla en una violencia irracional. Las películas posteriores a menudo se desviaban cada vez más. En Carne para Frankenstein (1973), el doctor intenta crear una pareja perfecta de especímenes humanos y engendrar una raza sin defectos; Frankenstein desencadenado (1990) tiene un elemento de viaje en el tiempo, y Victor Frankenstein (2015) da a la criatura un papel secundario, pues la película está estructurada como una película de amistad entre el doctor y su ayudante. Ahora, en general, el público no espera ver a una criatura que piense y anhele por sí misma; está acostumbrado a un monstruo torpe y horripilante.

Antes de ver la nueva película de Del Toro, leí críticas que caracterizaban su película como una “interpretación más suave”, sin “horror ni suspenso alguno, solo desmembramientos mágicos bajo tonos dorados y arpas resplandecientes en la banda sonora”. En general, parecía haber mucha inquietud por el hecho de que esta película pudiera ser más un deseable drama histórico que una horrible historia de horror corporal.

Pero cuando se le preguntó si su adaptación tenía escenas de miedo, del Toro respondió que su película no es una “película de terror”, sino más bien una “historia emocional”, en el espíritu de la novela de Shelley. Calificó Frankenstein como “el libro adolescente por excelencia”, una descripción que resulta extrañamente adecuada. En parte, la novela es una meditación sobre las relaciones conflictivas; una historia de padres e hijos que chocan, se separan y se reencuentran. Existe como un sombrío horror gótico, un drama familiar de proporciones edípicas, una narrativa de ciencia ficción primordial. Es todas estas cosas a la vez.

¿Significa eso que el Frankenstein de Del Toro se ha convertido en todo sentimiento y nada de sangre?

Al igual que la criatura, la película está formada por retacería. Evoca con firmeza los días de gloria de Hammer Films con sus colores saturados, estallidos de rojo, vestuarios inverosímiles y tecnología steampunk. Hace un guiño a Shelley al conservar la aguda inteligencia de la criatura —este monstruo lee “Ozymandias”— y al contar la historia en retrospectiva. El aspecto de Jacob Elordi como la criatura también es mucho más humano que muchas versiones anteriores, aunque sigue siendo extremadamente alto y con múltiples cicatrices. Sin embargo, la película es otra mutación que transforma personajes y situaciones de forma dramática, como hizo Whale en 1931. Convierte a Elizabeth, la futura esposa de Frankenstein, en la prometida de su hermano menor. Introduce un nuevo personaje, Harlander, que parece existir simplemente porque Christoph Waltz es un gran actor.

Al final, ¿cuánta fidelidad debe una película a su material original? Mi película favorita en la que aparece la criatura no es una adaptación de la novela. El espíritu de la colmena (1973) está ambientada en un pequeño pueblo de España. Sigue a una chica que ve Frankenstein de Whale y se adentra en un mundo de fantasía donde la violencia de la posguerra civil española se mezcla con las imágenes parpadeantes de la gran pantalla. Es una película sobre el viaje de la infancia a la edad adulta, padres e hijos, monstruos y hombres. Comprende cierta cualidad conmovedora inherente a la novela. Es decir, creo que puedes alejarte mucho de las líneas de un libro y aun así encontrar su fondo.

Muchos directores han extraído trozos de Frankenstein. Sus intentos de dar vida a la criatura han fracasado a menudo, al igual que fracasó la travesía de Victor Frankenstein. Sin embargo, el arte es la búsqueda del sentido. Las muchas iteraciones de Frankenstein, ya sean de explotación cursi o profundamente filosóficas, tejen un tapiz de nuestras ansiedades colectivas a lo largo de las décadas. Las mutaciones son inevitables, porque somos humanos.

Aunque la película de Del Toro termina con una cita —“y así, el corazón se romperá, pero vivirá roto”— de Lord Byron, el renacido que sigue persiguiéndonos, en todas sus formas, pertenece a Mary Shelley. La criatura está viva, a la espera de adquirir una nueva forma, y cambia eternamente en la gran pantalla.

Enlace:

https://www.nytimes.com/es/2025/11/08/espanol/opinion/frankenstein-guillermo-del-toro.html

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