Soy Joseph Bruce Ismay y acabo de naufragar en el Titanic.
temas / Curiosidades de la historia
En primera persona
El 14 de abril de 1912, el Titanic choca contra un iceberg durante su viaje inaugural. El propietario del transatlántico, asiste al hundimiento desde su bote salvavidas.
Curiosidades de la historia
Ismay
Ismay
Joseph Bruce Ismay, director general de la White Star Line, pripetaria del Titanic, en abril de 1912.
Mary Evans Picture Library / Cordon Press
alex salaÀlex Sala
Periodista especializado en Arte e Historia del Arte
Dios mío, qué espanto, qué terrible pesadilla. El Titanic acaba de desaparecer delante de mis ojos, engullido por el océano. El barco más colosal de la historia ya no existe y nos ha dejado a oscuras a merced del mar, esperando un rescate que no sabemos siquiera si llegará. Hace frío, la temperatura debe rondar los cero grados, y la brisa, gélida pero suave, aumenta esta sensación glacial al penetrar en la ropa mojada. En los botes salvavidas hay centenares de mujeres y niños, temo que puedan morir de hipotermia si ningún barco llega antes de que despunte el alba a recogernos.
Ahora el mar permanece en una calma casi irreal, no hay apenas olas y un silencio sombrío ha sucedido a la frenética sinfonía de chirridos, explosiones y gritos de gente desesperada que se agarraba a la popa empinada sobre el océano, alargando su agonía unos instantes, antes de que el barco se los llevara con él a los abismos oceánicos. Todavía oigo gritos de socorro, de gente aferrada a los restos flotantes del barco, cuyas voces se van apagando a medida que mueren congelados antes de que podamos recogerlos. Qué horror.
Nunca pensé que me vería así cuando partimos del puerto de Southampton a bordo del Titanic en su viaje inaugural hacia Nueva York. El tiempo era espléndido y una bulliciosa multitud se agolpaba en los muelles, empujándonos y aplastándonos mientras subíamos por la pasarela, para ver la partida de aquel prodigio. El barco más grande del mundo, la obra más avanzada de la ingeniería naval, era orgullo de mi compañía naviera, la White Star Line. Una mole de 270 metros de longitud, 50 de altura y 46.000 kilos de peso que desplazaba 50.000 toneladas de agua surcando el mar.
Quise hacer del barco un lugar en el que los hombres más ricos del mundo tuvieran una experiencia a la altura de sus expectativas: comidas en primera clase en la que abundaban alimentos exóticos o un restaurante de la cadena Ritz para los más sibaritas. La gente paseaba por la cubierta, descubriendo cada rincón del barco y sus lujos increíbles, gimnasios, barberías, piscinas cubiertas y al aire libre, baños turcos y espacio para pasear a los perros de mis más ilustres pasajeros en la cubierta. Una verdadera ciudad flotante que ya debe de estar posada en el lecho marino para siempre.
El viaje debía ser una verdadera delicia para todos, también para los viajeros más humildes. Nunca antes los camarotes de tercera clase, hundidos en las entrañas del barco, habían sido tan espaciosos y habían tenido calefacción y luz eléctrica. Unas habitaciones que hasta hace pocos años habrían sido consideradas de primera clase. Toda esa gente de escasos recursos que huía de las guerras y el hambre en Europa en busca de la "tierra prometida" en América pudo sentir por unos días un poco de la resplandeciente luz que iluminaba, por encima de su cabeza, las vidas de los pasajeros de las zonas nobles.
Todos ellos, ricos y humildes, yacen ahora en el fondo del océano atrapados por la muerte, que no hace distinciones sociales. Mientras, yo me hallo en la superficie, en un bote a la deriva no sin un sentimiento de cierta responsabilidad por todas estas vidas perdidas. ¿Qué ha salido mal? El trayecto por el Atlántico estaba siendo idílico... Los pasajeros se interesaban por todos los pormenores del barco y de su construcción y nos felicitaban, a mí y a Thomas Andrews, el ingeniero responsable del diseño del coloso, por haber concebido una embarcación tan majestuosa.
Nada hacía presagiar lo que ha sucedido. Esta misma noche el tema de conversación en las sobremesas de la cena y de las salas de fumadores era la posibilidad de llegar a nuestro destino un día antes de lo previsto. Algunos compañeros de tertulia apuntaban a los peligros que suponía estar pasando por una zona de icebergs. Andrews y yo los tranquilizábamos explicándoles que el Titanic contaba con un casco de doble fondo dividido en 16 compartimentos estancos. El mar estaba en calma, y ante la remota posibilidad de una colisión era inimaginable que se dañaran más de dos o tres. El barco hubiera podido mantenerse a flote con cuatro de ellos completamente inundados. No había razón para aminorar la marcha, nuestra máquina podía someter a las fuerzas de la naturaleza y era prácticamente insumergible... Prácticamente.
Con esa errónea idea me he retirado a descansar a mi camarote y 20 minutos antes de la medianoche, cuando todavía no había conciliado el sueño, he sentido una ligera vibración y he oído alboroto en el corredor. No le he dado más importancia, pero en ese momento estaba sucediendo el desastre, el Titanic acababa de colisionar con el iceberg que ha acabado por hundirlo. Una noche cerrada, sin luna, iluminada apenas por las estrellas, hacía que la mole de hielo fuera apenas una sombra en una oscuridad infinita; y un mar completamente en calma permitía que el gigantesco témpano avanzara hacia nosotros sin apenas generar espuma que delatara su presencia.
Cuando el vigía Frederik Fleet ha divisado el carámbano gigante ya era demasiado tarde. Willam Murdoch, el primer oficial, ha dado la orden de virar a babor, con lo que ha evitado el choque frontal, pero ha hecho que el hielo asestara una herida mortal al barco, resquebrajándolo a estribor por debajo de su línea de flotación. Nadie se percató entonces de la gravedad de la situación. Los pasajeros que se encontraban en cubierta contemplaron con más curiosidad que temor el paso de la masa helada a su derecha. Cuando el capitán Edward Smith, Thomas Andrews y yo hemos sido informados, tampoco imaginábamos la gravedad del asunto. Todos nosotros hemos sido conscientes del terrible destino que nos esperaba cuando Andrews, planos del barco en mano, calculó, sobre la media noche, que al Titanic le quedaban apenas dos horas sobre el agua.
La prioridad desde entonces ha sido evacuar el barco sin que cundiese el pánico. El capitán Smith mandó a la tripulación acelerar las tareas sin generar más miedo del necesario y decidimos también que la orquesta siguiera tocando hasta el final, mientras, desde la sala de telégrafos, han estado enviando mensajes de socorro de forma frenética en todas direcciones. Ello tal vez ha evitado aglomeraciones, escenas de histeria y avalanchas que hubieran podido resultar fatales, pero a la vez ha ralentizado la evacuación. Había algo de irrealidad en esa atmósfera. Toda la tripulación esforzándose por evacuar mientras la orquesta tocaba piezas como si nada, hizo que muchos pasajeros no fueran conscientes de la tragedia que se avecinaba. La idea alimentada por la White Star Line –y que yo mismo y Andrews habíamos contribuido a fomentar– de que el Titanic era insumergible, ha hecho que durante una hora muchos pasajeros se negaran a reconocer la realidad.
La robustez del barco y las características de su "herida" han hecho también que se hundiera lentamente, al principio de forma casi imperceptible, lo que aumentó la sensación de que nada muy grave ocurría. Se podría decir que la primera hora tras el choque ha sido miserablemente perdida. Un error tras otro han condenado, seguramente, a mucha gente a morir ahogada o víctima del agua helada.
No había botes salvavidas para todo el mundo. Nadie pensó que una calamidad así pudiera suceder, así que el Titanic cumplía con la legalidad vigente y con lo que se consideraba suficiente para el mayor desastre imaginable. Los dos primeros botes bajados del transatlántico lo han hecho pasada ya la media noche y a la mitad de su capacidad. La actividad ha sido frenética y tanto Andrews como yo hemos estado colaborando en la carga de botes salvavidas, pero ante tal ceremonia de la confusión era difícil llenarlos. Ha habido comportamientos más o menos caballerosos, desde gente que no ha querido subir sin sus seres queridos a hombres disfrazados de mujer para tener prioridad para entrar en un bote.
Creo que Andrews ha resuelto morir con su criatura tras hacer todo lo posible para sacar de allí al máximo número de personas. Yo, he decidido subir a la última balsa que había en mi zona. ¿Ha sido la mía una decisión cobarde? Nunca he apelado a mi condición de dueño de la compañía ni he amenazado a nadie con represalias, simplemente al ver que no quedaba nadie más a mi alrededor he ocupado un asiento que estaba vacío.
Cinco minutos después de las dos de la madrugada se ha arriado el último bote y los que estamos a salvo en ellos hemos tenido que pagar el precio de ver el espectáculo más horrible que pueda imaginarse a cambio de nuestra fortuna. Calculo que todavía quedaban más de un millar de personas a bordo que en ese momento debían ser ya conscientes de la tragedia.
El Titanic, que al inicio se hundía poco a poco, ha comenzado a inclinarse de forma dramática. A medida que las zonas habitables del barco se llenaban de agua, de proa a popa, las hileras de luces se apagaban de abajo a arriba. A las 2:15, el agua ha alcanzado la altura de la primera chimenea y todo se ha precipitado. La tragedia que se había gestado durante más de dos horas se ha resuelto en apenas cinco minutos.
A las 2:18, con la proa completamente hundida, la popa se ha inclinado cada vez más hasta hacer físicamente imposible a los que allí se encontraban mantenerse en pie en cubierta sin agarrarse. Desde los botes hemos escuchado la agonía de las explosiones de los aparatos eléctricos y los gritos de la gente que veía como su final era inminente. No puedo imaginar un momento más terrible que ese. A las 2:19 la popa ha quedado completamente en vertical sobre el nivel del mar y un minuto después ha desaparecido para siempre. A los pocos segundos se ha oído una fuerte explosión, seguramente a causa del aire aprisionado todavía dentro del casco que luchaba por salir de nuevo a la atmósfera.
Después de esto, el silencio y la oscuridad en medio del inmenso océano que nos rodea.
Enlace:
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/soy-joseph-bruce-ismay-acabo-naufragar-titanic_24790
Comentarios
Publicar un comentario