Rusia: Cuando afuera en días helados los bebés dormían pacíficamente en sus cochecitos.

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En el corazón helado de un invierno de Moscú en 1958, no era inusual ver algo que sobresaltaría a muchos observadores modernos, bebés abrigados durmiendo pacíficamente en sus cochecitos, dejados afuera a temperaturas bajo cero. Lejos de ser un signo de negligencia, esta práctica fue una tradición deliberada y profundamente arraigada entre los padres rusos, que creían que exponer a los niños al aire frío endurecería sus cuerpos y reforzaría su sistema inmun Envueltos en capa sobre capa de lana y algodón, estos bebés fueron considerados "a prueba de invierno"—fortificados por el elemento más duro de la naturaleza para crecer más sanos y resistentes.
 
Este intrigante enfoque de la crianza de los hijos era parte de una filosofía cultural más amplia que consideraba que la exposición controlada a la adversidad era esencial para construir el carácter. Se creía que el aire frío no sólo ayudaba a los niños a dormir mejor, sino también para estimular la circulación y fortalecer la salud respiratoria. La costumbre no era exclusiva de Moscú; se hizo eco en toda Rusia y gran parte de Europa del Este, donde la resistencia, la resistencia y la dureza física se vieron como rasgos vitales que se inculcan desde temprana edad. Los padres, lejos de temer el frío, lo aceptaron como socio en el desarrollo de sus hijos.
 
En el contexto de la sociedad soviética, donde la disciplina, la dureza y la autosuficiencia eran muy valorados, este ritual tenía sentido. Reflejaba una mentalidad moldeada por la historia, el clima y la ideología—donde el confort era secundario a la fuerza y donde la paternidad era a menudo un campo de entrenamiento para los muchos desafíos de la vida. Aunque la tradición se ha desvanecido en el mundo actual de la calefacción central y los monitores digitales para bebés, sigue siendo una ventana fascinante sobre cómo diferentes culturas interpretan el equilibrio entre la nutrición y la naturaleza. La imagen de un cochecito de polvo de nieve estacionado afuera en el amargo frío es más que una curiosidad—es un símbolo de una filosofía que una vez creyó que la verdadera salud podría encontrarse no en proteger a los niños de las molestias, sino en introducirlos suavemente a ella.
 
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