El hallazgo de la reliquia más sagrada de la Cristiandad tras estar oculta dos siglos.

Santa Elena, madre de Constantino, emprendió en el siglo IV la primera gran peregrinación a Jerusalén en busca de la cruz donde murió Cristo.

'El Paño de la Santa Verónica' de Claude Mellan

'El Paño de la Santa Verónica' de Claude Mellan ABC 
 
Manuel P. Villatoro 

Más de dos siglos hubieron de pasar desde la muerte de Jesucristo para que se resolviese uno de los grandes enigmas de la historia. Fue entre los años 327 y 328 d. C. cuando la primera peregrina en viajar a Tierra Santa, Elena de Constantinopla, descubrió la mayor reliquia de la Cristiandad: la 'Vera Cruz' en la que había sido ejecutado el hijo del Señor. Lo hizo bajo un templo perdido de Jerusalén, y después de haber amenazado a la comunidad judía con quemar vivos a sus rabinos si no le desvelaban el enigma. Y, aunque setecientos años después se perdió, el hallazgo fue un regalo para pobres y ricos. Ya lo dijo San Andrés de Creta: «Si no existiera la cruz, tampoco existiría Cristo».

Mito y realidad, verdad y mentira, se funden cuando se recopilan las fuentes que describen el hallazgo de la 'Vera Cruz', aunque es innegable que el poso de la fábula está muy presente. La leyenda, cuyas raíces se hunden en el siglo IV, cuenta con todos los ingredientes para elaborar una buena historia; y entre los mismos se halla su protagonista: la emperatriz Elena. Sí, la misma que alumbró al emperador Constantino I el Grande –más conocido por haber autorizado el culto al Cristianismo en el Imperio romano– y que, todavía hoy, es venerada como una santa por católicos, ortodoxos y luteranos.

Las peripecias de Elena pasaron a las crónicas de la mano de Jacopo della Voragine, un obispo del siglo XIII cuyo nombre, a la postre, fue castellanizado como Santiago. Este religioso fue quién la dio a conocer en la que fue su obra más popular: 'La leyenda dorada'. Un compendio de vidas de santos que el periodista y divulgador Aldo Cazzullo –autor de 'El dios de nuestros padres' y 'Roma, el imperio infinito'– define como el 'longseller' más destacado de la Edad Media. «La obra comienza con la muerte de Adán: es el primer hombre y, por tanto, también el primero en morir», arranca el experto.

Peregrinación

Della Voragine sostiene en 'La leyenda dorada' que la emperatriz acometió la primera peregrinación de la historia hasta Jerusalén, tierra sagrada para las tres grandes culturas, y que lo hizo después de que a su hijo se le hubiesen aparecido en una visión los apóstoles Pedro y Pablo. «Esta aparición, y la curación de la lepra que padecía, fueron las circunstancias que le llevaron a enviar a Jerusalén a su madre Santa Elena para que buscase la Cruz del Señor», escribe. La protagonista casi se obsesionó con hallar la reliquia. Hasta tal punto, que amenazó a los rabinos con quemarlos vivos si no le desvelaban dónde había sido escondida.

Fue un judío quien le reveló el lugar en el que se hallaba, y con un nombre pintoresco: Judas. En palabras de Della Voragine, una vez que supo el emplazamiento, el subsuelo del templo de Venus, Elena exigió demoler el edificio y arar el solar. «Terminadas estas operaciones, Judas se arremangó su túnica, tomó un azadón y comenzó a cavar con gran fuerza y profundidad en aquel terreno, y cuando hubo excavado una especie de pozo, al seguir ahondando en el fondo del mismo, a unos veinte pasos de distancia con relación a la superficie exterior del suelo, hizo el descubrimiento», añade.

El hallazgo del tal Judas fue más que místico: tres cruces de madera que llevó de inmediato ante la emperatriz. Solo había un problema: ¿Cuál de ellas era 'Vera Cruz' de Cristo, y cuáles las de los ladrones que le acompañaban? La solución al enigma la dejó en manos del Señor. «Para evitar su confusión con las de los dos ladrones, la emperatriz mandó que las tres fuesen colocadas en un lugar público, en medio de la ciudad; santa Elena esperaba confiadamente que de algún modo maravilloso habría de manifestarse la gloria del Señor», escribe Della Voragine en sus textos.

Misterio resuelto

No quedó defraudada la emperatriz. Y es que el milagro se obró a «la hora de nona», cuando pasó por la plaza en que se hallaban expuestas las tres cruces con un cortejo fúnebre formado por numerosas personas que acompañaban el féretro de un joven al que llevaban a enterrar. «Judas detuvo a los portadores del difunto e hizo que el cadáver fuese depositado sucesivamente sobre las tres cruces. Colocado el cuerpo del muerto sobre la primera y sobre la segunda cruz, no ocurrió nada; pero, en cuanto lo pusieron sobre la tercera, el difunto inmediatamente resucitó», señala el autor.

Sabedora de cuál era la 'Vera Cruz', Santa Elena envió a su hijo una parte de la misma. Aunque dejó el grueso del madero en Jerusalén, protegido en el corazón de un estuche de plata. «También envió a su hijo los clavos, a propósito de los cuales dice san Eusebio de Cesarea que, cuando Constantino los recibió, los fundió e hizo con ellos un freno para el caballo que solía utilizar en sus campañas bélicas y un refuerzo para el casco de su propia armadura», añade Della Vorágine. Otras versiones sostienen que uno de ellos fue utilizado para confeccionar una estatua de Constantino que fue ubicada en un lugar destacado de la Ciudad Eterna.

Al parecer, Elena mandó edificar una iglesia –la del Santo Sepulcro– en el lugar en el que había sido hallada la 'Vera Cruz'. La reliquia permaneció en manos cristianas hasta el año 610, cuando los persas tomaron la ciudad y se la quedaron. A partir de entonces, comenzó a cambiar de manos de forma constante. Su devenir se difumina hasta el 1009, cuando el califa ordenó prender fuego al lugar. La lógica dicta que la cruz podría haberse perdido para siempre, pero, según la leyenda, la orden del Temple la encontró noventa años después, ya con la urbe en poder de los cristianos. Desde entonces, el tesoro quedó bajo su custodia.

Enlace:

https://www.abc.es/historia/hallazgo-reliquia-sagrada-cristiandad-tras-estar-oculta-20250901040216-nt.html

 

 

 

 

 

 

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