Burdeles de guerra: el truco de Hitler contra la plaga de las enfermedades sexuales.
Para evitar las ETS, el Tercer Reich instaló un complejo sistema de prostíbulos que fomentaba la higiene y el control
Poco sabemos de Erich B más allá de que, en la Segunda Guerra Mundial, combatía en las filas de la Wehrmacht en el frente ruso; uno más de una larga lista de cientos de miles de soldados. El único recuerdo que dejó para la historia es una misiva escrita a su hija; una respuesta en la que le daba las gracias por aconsejarle que desfogara sus pulsos sexuales en uno de los muchos burdeles de campaña que el Tercer Reich había habilitado para controlar el trasiego de relaciones sexuales y evitar las ETS:
«Ya he ido de buena gana para mirar, pero hay un problema, cuando acudimos a un burdel –y ya te puedes imaginar que es algo que los soldados hacen con frecuencia–, los enfermeros nos ponen antes y después una inyección contra las enfermedades de transmisión sexual. A ellos les da completamente igual si vamos a ver a una mujer o no. Pase lo que pase, nos ponen la inyección. A mi esta tarea me resultaría indiferente si después no tuvieran que andar pinchándome en la cosa dos veces . Así como ves no iré nunca, pese a tus consejos».
Prostíbulos de campaña
Las ETS supusieron un severo problema desde que estalló el conflicto de 1914. Hubo que esperar hasta la Segunda Guerra Mundial para que, con anticonceptivos y penicilina, las bajas se redujeran a los 56 casos por cada millar de hombres. Aunque, en la práctica, la batalla continuaba. Y va un ejemplo: los soldados de la Wehrmacht y de las SS acantonados en Francia durante 1940 perdieron más efectivos por culpa de estas dolencias que aquellos que habían muerto en combate durante la invasión y conquista del país. Por entonces, los militares sabían que las dos infecciones a las que debían temer tanto como a las balas eran a la sífilis y a la gonorrea.
Los nazis fueron los primeros en establecer medidas para paliar las ETS. Según cuenta el historiador Jesús Hernández en sus múltiples ensayos sobre el tema, el ejército alemán era consciente desde el comienzo de la guerra de que la «necesidad de esparcimiento de los soldados» iba a acarrear un buen número de bajas por enfermedades venéreas. La invasión de Polonia en septiembre de 1939 confirmó estos temores: las prostitutas locales causaron una infinidad de contagios entre los combatientes y, en consecuencia, una reducción de efectivos. «Al final, la Wehrmacht dispuso una serie de normativas para el control de la prostitución», explica el experto en 'Las 100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial'.
La solución llegó en forma de dos tipos de prostíbulos controlados y dependientes de las fuerzas armadas. Los primeros, conocidos como los de 'guarnición', se ubicaban cerca de las grandes ciudades y atendían a los combatientes que volvían de permiso tras la batalla. Los segundos, los 'de campo', se situaban tras la primera línea del frente. Sus prostitutas podían ser 'Offizierdecke' u 'oficiales de cama', mujeres reclutadas en Alemania y en los países ocupados a cambio de un salario; convictas encarceladas por crímenes políticos que preferían ese servicio a realizar trabajos forzados; o prisioneras de guerra procedentes de los territorios ocupados en la Unión Soviética.
Fueran del tipo que fueran, la primera norma en estos prostíbulos era la higiene. Para empezar, el soldado debía presentarse ante el médico del cuartel, que le hacía un examen exhaustivo para asegurarse de que no tenía ninguna ETS. Si pasaba este primer filtro, recibía un preservativo, un bote de desinfectante y un informe en el que dejaba constancia de su buen estado de salud antes de entrar a las instalaciones. En el documento figuraba además el nombre del centro y un pequeño espacio para que la prostituta escribiese su firma y su número. La segunda máxima era el control para evitar los contagios masivos.
Revolución
Según Hernández, el soldado pasaba después a esperar su turno en la fila correspondiente. Lo habitual era que aquel tiempo fuera mucho mayor que el rato que pasaban con la mujer. «Antes del servicio se utilizaba el desinfectante y la mujer firmaba el pase, y a la salida el soldado debía entregar al oficial médico la lata vacía y el documento rubricado. Si no se cumplían estas disposiciones, todos se exponían a severos castigos», apostilla Hernández en su obra. Lo cierto es que, aunque todo el proceso era muy alemán –ordenado y sistemático–, ayudó a reducir la tasa de transmisión de enfermedades sexuales en el frente.
No se puede negar que los datos recogidos por los médicos alemanes permitían detectar a toda velocidad un caso de sífilis o gonorrea antes de que se extendiese. Una vez hallado, buscaban el origen entre los clientes del burdel y, por último, intentaban eliminar la enfermedad del foco original. «A pesar de todas estas precauciones, entre los años 1939 y 1943 en la Wehrmacht se registraron 250.000 casos de enfermedades venéreas. La principal fuente de contagio era la población civil, tanto en los países ocupados como en Alemania, al ser unos contactos que escapaban a esta estricta reglamentación», añade el experto.
Al otro lado del charco, los estadounidenses también recurrieron a sus triquiñuelas para reducir las ETS. La primera y más básica fue entregar cuatro preservativos a los combatientes. Aunque, lo que son las cosas, pronto se demostró que el número era insuficiente. Por ello, con el paso de los meses, el alto mando barajó la posibilidad de prohibir el alcohol entre los soldados. Al final, la medida no fue aprobada. Roosevelt, avispado, entendió que podía acarrearle problemas por la impopularidad. A cambio, abrió también una serie de burdeles de campaña en la primera línea del frente.
Referencia:
https://www.abc.es/historia/burdeles-guerra-truco-hitler-plaga-enfermedades-sexuales-20250922031847-nt.html
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